Covid 19: Algunos son más iguales que otros

¿Recuerda cuando veíamos que el mundo se volvía loco con un resfrío originado en China? Cuando eso ocurría muy lejos y era difícil que llegara al fin del mundo, donde vivimos. La enfermedad azotaba a China, pero nos maravillamos con las medidas que tomaron, la construcción relámpago de un hospital especializado en menos de una semana o el uso masivo e intensivo de mascarillas.

¿Recuerda esa imagen de una persona que quiso evadir el control y lo redujeron poniéndole una red para limpiar piscinas en la cabeza y luego lo agarraron entre tres tipos completamente cubiertos? (era un entrenamiento, pero no fue como lo transmitieron las redes sociales). ¡Qué eficiencia! Con ese nivel, parecía que la cosa estaba más que controlada.

Mientras tanto, en Italia los contagios se disparaban, la gente moría como moscas, el país fue cerrado y puesto en cuarentena, la naturaleza se tomó unas breves vacaciones del ser humano. China, cómo hacerlo bien. Italia, cómo hacerlo pésimo.

Pero aún así, no era grave. Pasaba muy lejos. Italia, China, Países Bajos, lugares exóticos sólo conocidos por cultura general. ¿Cómo iba a llegar acá? Qué inocentes.

Era obvio.

¿Recuerda el mapa que mostraba dónde ganó el Rechazo en el plebiscito de octubre 2020? Estoy seguro que coincide a la perfección con la fase inicial, cuando el virus llega a nuestras tierras: directo del aeropuerto a Las Condes, Vitacura y Lo Barnechea.

Porque este bicharraco ha sido clasista y desnudador de los problemas económicos estructurales de países como Chile. Veamos:

1. La forma en que entra es a través de quienes viajan a China, Italia y/o a otros países donde -como hemos visto- el virus se mueve a sus anchas.

2. Los primeros casos reportados en Chile se dan en las famosas tres comunas del mapa del Rechazo.

3. Se establece una “cuarentena voluntaria” para los habitantes de esas comunas (brillante idea de Lavín), pero no se cierra el acceso. Esto quiere decir que las asesoras del hogar, jardineros y trabajadores varios continúan yendo “al barrio alto”, aún a pesar del riesgo de contagio.

El resultado es lógico: el virus se esparce y de pronto las primeras muertes asociadas aparecen en Puente Alto. Usted se preguntará ¿Tan lejos? ¿Y muertes? Pues, la verdad sea dicha, no es tan raro. Todos los ojos estaban en las tres comunas acomodadas y se descuidó lo evidente.

La muerte en este caso bien puede caer en la negligencia, porque los servicios públicos de salud no les prestaron atención. Ahí tiene el caso del fotógrafo Francis Zamora, de 34 años. Se siente mal, recurre a dos consultorios de Puente Alto, pero no le aplican el test (en esa época sólo se hace a quienes ya están declarados con Covid 19) ni lo derivan a una atención especializada. En su lugar, le dan un tratamiento estándar: paracetamol y clorfenamina.
¡Que diferencia con ir a atenderse a la salud privada!

Permítame una digresión. Es cortita pero atingente, lo prometo. Corre el año 2012 cuando por «x» circunstancia, voy corriendo y siento que me pegan un piedrazo en la espalda. Caigo al suelo, doy vueltas en el cemento y termino caminando a saltitos.

Tomo un taxi y me voy al hospital más cercano, que resulta ser el Salvador (público). Entro a urgencia y debo esperar alrededor de una hora antes que me atiendan. Un tipo me revisa la pierna, el golpe, me receta paracetamol y para la casa. Una vez en mi hogar, mi familia y amigos me obligan a ir a alguna clínica. Fui al día siguiente, a un traumatólogo y me llevo la sorpresa: corte de tendón de Aquiles. Estaba sujeto por un hilito, debía operarme en menos de cinco días, antes de que se cortara por completo.

Como ve, la atención, el diagnóstico y la celeridad de atención resultan un poco distintas en ambos «formatos».

Ahora imagine la diferencia entre tener el bicho y atenderse con isapre en una clínica cercana a su hogar, donde puede acudir en auto y con habitaciones individuales, versus ir al policlínico porque tiene Fonasa del tramo más básico, esperar con otros cientos de personas en una sala abierta, que le atiendan con desgana sólo por cumplir con el horario y la cuota; y que en lugar de revisar bien, le den el tratamiento estándar: paracetamol.

Convengamos que, en este contexto, la muerte de una persona por Covid 19 era sólo cosa de tiempo. Pero eso no fue todo.

De pronto la enfermedad era real, letal y comenzó el pánico. El gobierno, preocupado por la economía, no quería recetar cuarentena, así que la gente se “autocuarentenó”. El gobierno se rindió ante los hechos y cerró la región metropolitana con un cordón sanitario.

Y así comenzó la debacle financiera.

Recién ahí el ministro de salud vino a conocer la situación de hacinamiento de gran parte de la población. Supongo que el caballero pensaba que todos vivían como él. Y asumo que el resto del gabinete y la gente de su alcurnia concordaban con esa idea, a pesar de que el Estado cuenta con instrumentos y herramientas para conocer cómo vive la gente.

Sin embargo, quiso la coincidencia que en octubre de 2020 se conociera un estudio que consultó a 500 directores de grandes empresas, líderes de opinión, periodistas, economistas y dirigentes de organizaciones civiles y sociales, sobre su percepción de qué es la clase media. En él, se desnudó lo que todos sabemos: que los consultados viven en otro mundo, una realidad paralela.

Pensaban que el 57% de los chilenos era clase media, el 25% clase baja y 18% clase alta. La realidad es que la clase baja es el 77%, la clase media es el 20%, y la alta es el 3%; también creían que el 39% de la clase media y el 18% de la clase baja estaban afiliados a isapres, cuando la realidad es que son el 8% y el 0%.

Y para graficar su absoluta desconexión con la realidad, estimaban que el valor de una vivienda en una comuna promedio como Quinta Normal era poco mas de 1/3 de lo que vale una en Lo Barnechea, y 1/8 en el caso de una comuna de estrato socioeconómico bajo. No tenían idea de que una casa de Lo Barnechea vale treinta veces más que una de Quinta Normal.

Tenemos, entonces, que la gente fue confinada, los negocios cerrados y las empresas comenzaron a tambalear: no había consumo.

El gobierno, para variar se quedó atrás, sin saber cómo reaccionar. Dispuso de bonos y fondos que aún no se entregan (casi un año después), compartió otros que fueron insuficientes y enredó las postulaciones a beneficios a tal punto que se convirtieron en una maraña de requisitos que muy pocos podían sortear. O sea, las autoridades dijeron que ante la crisis se «habían puesto con plata», pero -en rigor- sin entregarla realmente (o minimizando el gasto).

El cuadro desnudó principalmente a la clase media «emergente» -esa del exitismo y que antes podíamos identificar con el celular de palo- que era la más frágil de todas: sin contratos, sin red de protección, destruida si dejaba de trabajar una semana. Quizás esta situación despertó a muchos, más que el estallido de octubre del 2019. Porque es duro darse cuenta que no ocupas la posición social que crees que mereces o has ganado.

Ni Uber los podía salvar. El sistema no podía circular en las zonas en cuarentena.

Y surge la idea del retiro del 10% de los fondos de pensiones. El gobierno luchó nuevamente en contra, sin dar alternativas reales ni inmediatas. Nada nuevo bajo el sol, ya se sabe para quién trabajan, qué intereses defienden y que siempre agregarán una letra chica (como sinónimo de engaño a la población).

Cuando la gente obtiene su 10%, la economía se reactiva por el gasto popular. Los apocalípticos serviles al sistema y a las AFP deben comerse sus palabras y reconocer que, sin el retiro, la economía se habría hundido. ¿Y el gobierno? Bien, gracias. Seguramente agradecido de no tener que gastar ni uno, dejando que la crisis sea financiada por la misma gente golpeada porque sus trabajos se precarizan o deben financiarse con el seguro de cesantía.

Y ojo, que -dentro de este complejo cuadro- esas personas resultan ser afortunadas.

Porque también se sincera el nivel de precarización del trabajo, en el que gran parte de la fuerza laboral no tiene contratos ni previsión, acceso a una salud decente y oportuna, sólo gana con las propinas, si deja de trabajar un día no cobra.

En el otro extremo, las grandes fortunas aumentan de una forma obscena durante este período:

• el grupo Sahie pasó de US$ 1.300 millones a US$ 1.500 millones de ganancias
• Angelini pasó de US$ 1.300 millones a US$ 1.700 millones.
• Piñera pasó de US$ 2.600 millones a US$ 2.900 millones.
• Ponce Lerou, pasó de US$ 1.700 millones a US$ 3.500 millones.
• Y la joya de la corona: la familia Luksic, pasó de US$ 10.800 millones a US$ 19.800 millones.

¿De dónde vienen estas ganancias? No soy economista ni sigo estos temas con regularidad, pero imagino que alguno de estos puntos tiene que ver:

• La posibilidad de que los sueldos sean reducidos y pagados con el seguro de cesantía.

• La suspensión del trabajo (y por lo tanto del sueldo) sin cortar el vinculo laboral (o sea, no se pagan indemnizaciones).

• Cierre de locales y teletrabajo (ahora los gastos fijos los financia el empleado).

• Algún contrato millonario relacionado con la emergencia.

Así, la mayoría vivimos la cuarentena sin trabajo, con trabajo precario o si tenemos la fortuna de trabajar, financiando los gastos fijos de las empresas con nuestro sueldo. Mientras tanto, el grupito de privilegiados de siempre se puede dar el lujo de irse de paseo a Miami, como la primera dama; disfrutar de sus patios de dos hectáreas y hacer ejercicio, mientras que el resto tiene prohibido ir a los parques o lugares abiertos porque pueden ser puntos de contagio (no como los malls, que a través del aire acondicionado reparten los bichos fresquitos); o importar la última cepa después de pasearse por Dubái, Inglaterra, Madrid y otros lugares top.

Porque a ellos sí que les escucha el ministro de salud (¿Recuerda? Le han pedido que no cierre el aeropuerto para poder ir a visitar a sus familias). Es muy distinto viajar a Inglaterra u otro país que se sabe tiene variantes del virus, que ir a darse una vuelta a otra región.

Porque parafraseando al autor inglés George Orwell y su obra «La granja de los animales», todos somos iguales, pero algunos son más iguales que otros.

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