Si el inversionista Sebastián Piñera se mirara en estos días como una acción bursátil, no apostaría por él.
Luego de ubicarse como una deseada «acción preferente», alcanzando la importante cifra de 3.796.579 votos, hoy con suerte es visto sólo como una «acción sin valor nominal».
Y lo peor es que su desplome sigue siendo aún incierto, marcando cifras históricas: en enero de 2020 alcanza el 6% de apoyo en la encuesta CEP, siendo –por lejos de los lejos- la cifra más baja obtenida por un/a mandatari@ desde el retorno a la democracia. Si bien estudios posteriores lo muestran superando ese porcentaje, acercándose en ocasiones al 20%, sigue recopilando humillantes guarismos de apoyo popular.
La acción bursátil «Sebastián Piñera» hoy observa cómo los “brokers” la desprecian y ya no forma parte de las luminosas pizarras del ayer. Y como el inversionista Sebastián Piñera es bueno para actuar con información preferente, sabe a ciencia cierta que su crisis no tiene solución.
En la expresión política de este cuadro, La Moneda opta más bien por acciones desesperadas que propuestas macizas, conceptuales o de fondo.
Bajo el contexto de una cruenta pandemia –lo que ha complicado las movilizaciones sociales que se venían realizando imparablemente desde el 18 de octubre de 2019- la errónea decisión de Piñera es aferrarse a una porfiada retroexcavadora neoliberal, en vez de sacar a relucir una dinámica socialdemócrata más empática con las necesidades del país.
Al contrario de gobiernos de distintos signos políticos como Francia, Alemania, Nueva Zelanda, Canadá o –incluso- hasta el propio Estados Unidos de Donald Trump –en donde el Estado se metió la mano al bolsillo con decisión y enfoque claro- Piñera y su equipo económico –primero, a cargo del ministro de Hacienda Felipe Larraín y, tras su renuncia, con su sucesor Ignacio Briones (hoy, eso sí, sorprendente candidato presidencial)- han insistido en presentar una y otra vez la última edición de la biblia neoliberal, desarrollando paquetes con rimbombantes nombres pero de escasa ayuda real a los más pobres y a las clases medias, demostrando serias carencias técnicas en la focalización y en el uso de herramientas públicas.
Como consecuencia de los reiterados errores de La Moneda, el país cae en un complejo deja vú de mediados de los 80, con protestas masivas, ollas comunes, organizaciones sociales, desempleo, pobreza, aumento de campamentos con pobreza y hambre, a lo que se suma una constante e incomprensible represión policial y silencios periodísticos.
Sopa de mal sabor
El gobierno insiste en estar al mando de un país “Ocde”, pero desconociendo las profundidades y complejidades de la mala distribución de la riqueza. El Estado cuenta con una serie de herramientas técnicas para enfrentar esta situación, las que –en rigor- deberían hacer brillar la administración estatal durante la pandemia, pero la poca experiencia pública de equipos de trabajo (acostumbrados al mundo empresarial) y la incapacidad de enfrentarse a las realidades del Chile post 18 de octubre 2019 con realismo, han hecho que el gobierno y Piñera se encierren en una muralla ideológica neoliberal asfixiante.
La pandemia exacerba todas las falencias del mandatario que llegó a valer tanto como una “acción preferente”, pero que pierde constante atractivo como una burbuja bursátil, llevándose con ello –más importante aún- una intensa crisis institucional.
El aplastante triunfo del “Apruebo” en el plebiscito del 25 de octubre de 2020 y de la Convención Constitucional refleja el interés de un profundo cambio sociopolítico por parte de la ciudadanía, en el que el orden representado por Piñera se ubica en la antítesis de lo que se aspira.
A eso se suma que el negativo manejo de la pandemia tiene al país en un dramático escenario (jamás reconocido en su totalidad por las autoridades gubernamentales), con más de 30.000 muertes, más de un millón de contagios, con servicios hospitalarios en shock y con personal médico maltratado y mal pagado por el Estado.
Eso a pesar de las reiteradas y constantes advertencias del mundo científico y médico. La biblia neoliberal ha sido más importante que la ciencia también en este caso, llegando a un punto en que la atención sanitaria pública y privada –además de la situación económica de miles de familias- se encuentra en un momento sensiblemente crítico.
En una forma de actuar cercana al absurdo, el mandatario busca ser el conductor de un proceso que hace rato lo supera y no lo tiene como invitado, llevando adelante la alicaida figura presidencial como si no hubiese habido estallido social, hablando de una sociedad feliz con las ayudas del Estado en plena pandemia como si no hubiese movilización social, atropellos a los Derechos Humanos, ollas comunes y necesidades económicas básicas como deudas, créditos hipotecarios, matrículas de colegio y cuentas de servicios básicos.
Lo más suicida de todo es que el sector más abandonado por Piñera es, precisamente, el que más creyó en él: la clase media. Ese mismo grupo que por 25 años votó por la Concertación, le dio dos oportunidades para que respondiera a las promesas (2010 y 2017).
En este segundo gobierno, Piñera no sólo les da la espalda: con su decisión de ir al Tribunal Constitucional por el segundo retiro del 10% de los fondos de pensiones –por ejemplo- los abandona a su suerte.
Tuvo muchas oportunidades de demostrar que su discurso “pro clase media” no eran sólo artilugios de campañas electorales. Pero los ha dejado pasar sin ninguna clase de culpa.
Por ejemplo, cuando una familia de clase media de Arica pasa un accidente de vacaciones en Cancún (México) durante mayo de 2019 y debe enfrentar sola todos los requerimientos que se les suscitan (traslados, hospitalizaciones, operaciones), en vez de recibir una efectiva ayuda del gobierno como amerita la situación extrema que deben pasar.
El triste final de la historia es que la madre de la familia Valderrama Contreras, María Inés Contreras, tras darse un golpe en un pie y desarrollar una complicada falla multisistémica, sufre la amputación de su pierna y fallece en el extranjero, padeciendo ella y los suyos una larga lista de incomodidades durante el proceso. La administración de Piñera no hace ningún esfuerzo por facilitarle las cosas a este simbólico grupo familiar, aunque ellos lo solicitan en todos los tonos.
La situación fue icónica. Una familia que con esfuerzo educa a sus hijos, se hacen de una situación medianamente acomodada y deciden pasar unas vacaciones en grupo en el extranjero. Todo un símbolo del nuevo Chile. Sin embargo, un accidente que pudo ser pequeño los hace enfrentar con crudeza toda la cara “b” de los «tiempos mejores»: carencia de seguros eficientes, ventas de pasajes sin garantías, total desvinculación de la institucionalidad pública en su ayuda. El mercado cruel, como decía el ex presidente Patricio Aywin en los 90.
Ante eso, el gobierno de Piñera tiene la oportunidad de marcar una orientación, ir en ayuda de esa familia modélica del sistema y tomar la experiencia para fortalecer los derechos del consumidor, educar a las nuevas capas sociales que cada vez más viajan al extranjero, orientar en los riesgos que implican las compras de pasajes internacionales. Regular otro mercado que actúa con libertad, como ya había pasado antes con las farmacias, el papel higiénico y las casas comerciales. Pero no es así.
Sólo un mes antes de lo ocurrido con la familia Valderrama Contreras el propio Sebastián Piñera se ubica en la palestra pública: en una publicitada gira a China, el mandatario incorpora en el grupo oficial a dos de sus hijos, curiosamente, a cargo de empresas y proyectos tecnológicos, uno de los aspectos principales que contempla el viaje y las variadas reuniones agendadas.
China es el mayor socio comercial de Chile. La oportunidad resulta especialmente propicia para incluir en el grupo de viajeros a una nutrida y representativa delegación de innovadores y emprendedores chilenos elegidos –por ejemplo- a través de Corfo, instancia pública que se dedica a estos temas desde hace poco más de una década.
Pero tampoco es así. Piñera incluye en las reuniones a sus dos hijos “innovadores y emprendedores”. La polémica es total, aunque –como es habitual en el mandatario- sus argumentos para explicar la presencia familiar no van al corazón de las críticas. Su defensa es pobremente formal: cada uno de sus hijos se paga “su” pasaje. Demasiado pueril para el intenso transfondo del asunto.
El tema le suma un pelo más a una sopa ya de mal sabor, porque -si se recuerda- durante las primeras horas de su regreso a La Moneda, el mandatario nombra a su hermano como embajador en Argentina. La decisión recibe críticas hasta del partido oficialista Evopoli y, finalmente, es abortada porque la Contraloría anuncia observaciones.
No puede ser casualidad que tras este tipo de situaciones se produzca cinco meses después el estallido social de octubre 2019. Piñera pierde en todos los casos citados una credibilidad que jamás piensa que está en juego. Jamás llega a comprender la profundidad de su error.
«¿Cuándo termina un gobierno?»
“Estamos jugando solos”, dice la derecha con un mareo de altura de aquéllos en julio de 2018, disfrutando su nueva estancia democrática en La Moneda. El asesor presidencial Mauricio Rojas, un mes de antes de su penosa performance como ministro de Cultura durante escasos cuatro días, subraya en una entrevista que “el país se cansó de un intento muy chapucero de reformas. A veces la derecha llega a reparar los desperfectos de la izquierda, apaga el incendio como los bomberos». Y subraya con soltura de cuerpo: «Chile vivió un consenso de veinte años que fue muy productivo y nuestra gran tarea política es crear las bases para un nuevo consenso”.
De acuerdo a ese espíritu, entonces, el diseño de la derecha cuando vuelve a La Moneda el 2018 es -como la Concertación- quedarse un par de décadas.
Eso puede explicar, en parte, la manera en que Piñera intenta tapar todas las vicisitudes que pasa su administración con el estallido social y con la pandemia, haciendo uso de conceptos que buscan reivindicar supuestas prioridades de las personas, pero que –a la luz de los nuevos acontecimientos- resultan ideas más bien evasivas y de escasa sustancia: “el enemigo poderoso e implacable”, “los niños primero”, “cuidemos a la clase media”, “he escuchado con humildad las legítimas demandas” o “démosle una oportunidad a la paz”, entre varios otros.
Con más de 20.000 muertos por Covid19 en el país y con casi un millón de contagios en enero de 2021, el gobierno apaga el fuego con bencina al informar que su “efectividad legislativa” durante el año anterior se ubica en 70%, según lo señala el ministerio Secretaría General de la Presidencia. ¿Cómo se puede plantear algo así con la continua efervescencia social que origina en todo el país la desorientada política social y económica de La Moneda ante la pandemia?
Las únicas herramientas efectivas para los bolsillos de las personas han sido los retiros de las pensiones, ya que a través de ese dinero fresco se han paliado urgencias de deudas (los servicios básicos siguen enviando sus cuentas con normalidad y continúan castigando los atrasos), en medio de una altísima cesantía que bordea el 10%, a pesar de que el gobierno cuenta –gracias a la puesta en marcha del Estado de Emergencia que se extiende ya por un año- la alternativa de intervenir precios y cobros en el mercado. Cosa que, por cierto, no ha hecho.
Los retiros, además, han inyectado dinamismo en el consumo. Eso significa impuestos y actividad económica. Pero la molestia en La Moneda es ideológica, porque los retiros atacan la fuente de financiamiento de toda esa economía paralela que se da en las finanzas y que alimenta a la élite chilena. Las afp son el corazón de su riqueza.
«¿Cuándo termina un gobierno?» se pregunta en una columna de opinión la presidenta del directorio de la fundación Horizonte Ciudadano, Paulina Vodanovic. Y es que se vive el último año del gobierno de Piñera y como nunca antes se desata un insensato y vulgar “síndrome del Pato Cojo”, incluso en la derecha. Nadie respeta la figura presidencial. Moros y cristianos hablan del próximo gobierno como si el actual no existiese.
Vodanovic anota que el gobierno de Piñera ya finalizó: “Se quebró el mandato esencial entre un pueblo enfrentado a crisis e incertidumbres, que ya no confía; lo que terminó antes de tiempo es el necesario vínculo de confianza y respaldo que sostiene un cargo tan complejo”.
Piñera cae como una burbuja bursátil por su errática conducción política (doce cambios de gabinete, dígitos irrisorios en las encuestas, legislación autoritaria e impresentables negocios particulares, entre otros ejemplos), además de una evidentemente escasa empatía social.
Aunque la frase resuena con inquietud en octubre de 2019, lo cierto es que eso de “disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás” -como señala asustada la primera dama Cecilia Morel en un audio a su grupo de amigas por Whatsapp durante las primeras horas del estallido social- nunca es materializado por su marido. Más bien, por el contrario.
En la desopilante novela del escritor estadounidense Hunter S. Thompson “Miedo y asco en Las Vegas” (1971) se describe cómo la idea original que los protagonistas quieren desarrollar en la citada ciudad estadounidense se va deformando cada vez más, terminando todo en una caótica y destructiva realidad. El proyecto original se hace tempranamente trizas y todo culmina en la punta del cerro. Algo así ocurre ahora La Moneda.
Las horas que se viven en el palacio de gobierno son tan contradictorias que si el inversionista Sebastián Piñera se mirara como una acción bursátil, claramente no apostaría por él.