Mayo de 2013 es un mes clave en el estudio de la huella de carbono en el mundo. Durante ese mes la Administración Nacional de Océanos y Atmósfera de Estados Unidos (Noaa en inglés) alerta a científicos del mundo sobre el fuerte aumento en las concentraciones de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera.
El CO2 es el componente básico que genera los gases de efecto invernadero (GEI), principal responsable del calentamiento global. Hace siete años el Noaa confirma que el peligroso componente atmosférico supera por primera vez en la historia reciente la mítica frontera de los 400 ppm (partes por millón).
¿Y qué es lo preocupante del dato? Varios e inquietantes aspectos, en verdad.
Primero, que el aumento de la temperatura en el planeta es básicamente consecuencia de la acción humana. Segundo, que una de las principales causas es el intenso uso de combustibles fósiles (petróleo, principalmente). Y tercero, que se hace urgente generar una dinámica que combine la mitigación y la adaptación, ante el duro cuadro que se viene por delante.
Uno de los acuerdos que surgen en la comunidad científica para potenciar la primera de las alternativas (mitigación) es el desarrollo de la huella de carbono, que permite medir el impacto o la marca que deja una persona o una actividad sobre el planeta en su desarrollo cotidiano.
Acción más eficiente
La huella de carbono es un recuento de las emisiones de dióxido de carbono liberadas a la atmósfera en el desempeño de cualquier dinámica humana.
Por lo tanto, es una medida bastante efectiva en torno al impacto que provoca una actividad en el medioambiente y se determina según la cantidad de emisiones de GEI producidos, medidos en unidades de dióxido de carbono equivalente.
“Como el análisis abarca todas las actividades del ciclo de vida de un producto (desde la adquisición de las materias primas hasta su gestión como residuo), contar con la información de la huella de carbono como un elemento de juicio transparente permite, por ejemplo, que los consumidores decidan qué productos comprar a base de la contaminación que el desarrollo de ese producto o servicio ha implicado en su gestación”, explica un informe de la Universidad Austral de Chile.
La huella de carbono calcula la cantidad de GEI que son emitidos directa o indirectamente a la atmósfera cada vez que se realiza una acción determinada.
La información no sólo le sirve al consumidor: también a quien produce, pues conocer el rastro del CO2 ayuda a que las empresas y las personas sepan cómo reducir los niveles de contaminación, mediante un cálculo estandarizado de las emisiones durante los procesos productivos.
Aunque el certificado que muestre este registro no es obligatorio en Chile, la realidad indica que ya son muchos los mercados en el mundo en que la conducta de los consumidores obliga a que productos o servicios lleven una etiqueta que certifique sus valores de CO2.
Y es que, según el citado informe de la casa de estudios chilena, “al identificar las fuentes de emisiones de GEI se definen de mejor manera los objetivos y las estrategias de reducción, debido al mejor conocimiento de los puntos críticos”.
Todo ello también implica, además, una administración más eficiente, mejor estructura de costos, mayor aceptación de los productos o servicios.
Primeros ejemplos
Pese a que las emisiones de GEI en Chile son bajas en relación al resto del mundo (cercanas al 0,30%), lo cierto es que se encuentran en aumento significativo debido al crecimiento económico y poblacional del país.
De hecho, en dieciséis años las emisiones chilenas aumentaron un 70%, el PIB lo hizo a más del doble y la población creció alrededor de un 25%, de acuerdo a informaciones del ministerio del Medioambiente.
Y aunque Estados Unidos no ratificó el protocolo de Kioto, acuerdo internacional que se compromete a la baja de los GEI, empresas norteamericanas como Wal-Mart, Cosco y K-Mart suscribieron el Carbon Disclosure Project, donde se comprometen a reducir la huella de carbono al interior de las tiendas y en los productos que compran.
Los primeros productos que Wal-Mart ingresó al Carbon Disclosure Project, en 2007, fueron pastas de dientes, DVD, sopas, leche, cerveza, soda y aspiradoras. Luego añadió artículos electrónicos. En Europa los etiquetados son más frecuentes y se los encuentra en envases de leche y hamburguesas.
De hecho, cuando la citada marca llega a Chile subraya el tema y pide a sus proveedores un análisis de trazabilidad de carbono. La viña Ventisquero, en tanto, recibió un certificado de Climate Care por la compensación de 27 toneladas de CO2 en 2008, a través de proyectos para reducción de GEI, los que incluyen iniciativas de eficiencia energética y reforestación de bosques.
El sitio web mexicano GreenMob destaca hace algunos años la elaboración del vino Nuevo Mundo de la viña chilena Martino, al ser el primer mosto con carbono neutro en Sudamérica.
Elaborado a partir de uvas cultivadas orgánicamente en el valle del Maipo, el 2009 se transforma en el primero en obtener certificación en todos sus procesos de elaboración, ya que desde su nacimiento hasta la llegada al cliente, todos los GEI de su producción, embalaje y transporte, son reducidos a cero. Es certificado como carbono neutral por Carbon Reduction Institute y su sede en Chile Green Solutions.
Iniciativas exitosas
El Idiem (Centro de Investigación, Desarrollo e Innovación de Estructuras y Materiales, de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile) impulsa y desarrolla iniciativas sustentables para disminuir la huella de carbono en el sector de la construcción y de la industria.
Paula Araneda, jefa de la Sección Energía y Sustentabilidad, División Construcción del Idiem , señala a la revista de la citada facultad que “nuestro enfoque está centrado en el ciclo de vida de un producto, desde la adquisición de las materias primas utilizadas en la construcción, hasta la gestión de los desechos que dicha actividad genera. De esta manera, se garantiza un impacto mínimo en el medioambiente”.
En el país se lleva adelante la iniciativa “Chile menos CO2”, a cargo del Consejo Nacional de producción Limpia (CPL) y el Centro para el Fomento del mercado del Carbono, entidades que formaron la Fundación para el crecimiento sostenible (Untec). Con apoyo de la Corporación de Fomento (Corfo) se busca mejorar la competitividad de las empresas chilenas.
El sistema funciona desarrollando proyectos que permitan mitigar los GEI al intervenir en la cadena de distribución con proveedores de productos o bien apoyando el desarrollo sustentable en las comunidades donde se desarrollan sus operaciones.
A ello suma servicios de medición y cuantificación de la huella de carbono, a través de una metodología reconocida que permite la comparación intersectorial. También diseña estrategias, articula proyectos e implementa acciones destinadas a disminuir la huella.
De acuerdo al estudio «La economía del cambio climático en Chile», publicado en noviembre de 2009 por la Universidad Católica, pasó de generar 3 toneladas de CO2 por persona en 1984 a casi 6 toneladas en 2008.
Es decir, consumidores de Estados Unidos, Japón o la Unión Europea pueden perfectamente pasar ante un producto venido de Chile, si es que éste no especifica el trabajo que se ha hecho para mitigar la producción del gas.
La distancia del país en torno a los atractivos mercados de destino le juega claramente en contra, lo que se profundiza con el debate que se genera en Chile en torno a cómo desarrollar la matriz energética nacional, en la que el carbón juega un rol preponderante.
En el ámbito de la producción agrícola, por ejemplo, si bien es responsable del 14% de las emisiones de CO2 en el país, por lo menos el 80% de ellas se pueden disminuir. De hecho, ya son varias las empresas enfocadas a medir y mitigar sus emisiones.
A nivel de compromiso como país, Chile lleva adelante el “Plan de acción nacional de cambio climático”, el que se constituye en un activo marco de referencia para las actividades de evaluación de impactos, vulnerabilidad y adaptación al cambio climático, así como la mitigación de los GEI.
La iniciativa marca tres puntos centrales: determinar anualmente las emisiones de la minería del cobre; determinar la huella de carbono en el proceso de producción y transporte de los productos de exportación del sector silvoagropecuaria; y poner en marcha un sistema de etiquetado de emisiones que informe la huella de carbono y el rendimiento de los vehículos nuevos.