Poeta peruana Gloria Mendoza: «Mis orígenes son el mundo de los dioses andinos, que todo lo pueden»

(Por María Luz Crevoisier, desde Perú)

La Puna. Así llamamos en Perú a esa extensión cubierta de hielo y de nieve, donde silba el viento entre los pajonales de ichu. La Puna, meseta de alta montaña donde habitan el cernícalo, el pájaro morito y el kaliwayri, siendo rey y señor, el emperador de alas negras que alguien bautizó como cóndor.

Casi trepando esas alturas, se encuentra un pueblo hecho con tierra sagrada, de ahí que se llamó originalmente Wankani en lengua aimara y con la conquista se transformó en Huancané. Pero siempre será la nación de los chiriguanos, lupacas, tiahuanacos y uros, donde un día se juntaron la sangre y el ancestro para levantarse en la rebelión más grande que avistaron sus cerros: la de Huancho Lima.

Dicen los viejos huancaneños que en las tardes de arco iris se avistan en el horizonte los nombres inmortales de Mariano Pacco, Eduardo Quispe, Mariano Luque, Carlos Condorena y Rita Puma.

Lo mejor es que en esta provincia puneña siguen naciendo poetas que testimonian su intensa historia, haciéndose así también parte del Ande. Cada uno escribe líricas distintas pero todos en conjunto, llenos del raigambre de su tierra. Pueden citarse como ejemplos José Luis Ayala, Gloria Mendoza Borda, Julio Abelardo Luza, Leoncio Luque Ccota, Cornelio Huanco, Faustino Condori o Fernando Chuquipiunta, entre vari@s otr@s.

La poeta de los neologismos 

Conocí a Gloria Mendoza Borda en Cusco, en los años de estudios universitarios. Era una muchacha callada que escribía versos. Sus primeros pasos líricos los da en Huancané, siendo aún estudiante de secundaria, con el grupo Carlos Oquendo de Amat, conformado por Omar Aramayo, José Luis Ayala y Percy Zaga. Ellos, originales y medios surrealistas, dan recitales alumbrados con una vela pegada sobre una calavera. Algo inédito por aquellos lares.

Siendo las dos estudiantes de letras, nos íbamos caminando por las calles cusqueñas recalando en recitales, chicherías, plazas y cafés, siempre de la mano con la poesía local, nacional e internacional. Después, cada una va en busca de su propio destino.

A partir de 1972, Mendoza edita y lo ha seguido haciendo hasta completar una intensa biblioteca personal, en la que destacan obras como «Los Grillos tomaron tu cimbre» (Imprenta Veloz, Cusco, 1971; para ella cimbre significa la fuerza de la piedra), «Lugares que tus ojos ignoran» (Estados Unidos, 1985), «El legendario lobo» (Lima, 1997), «La Danza de las Balsas» (Lima, 1988), «Dulce naranja, dulce Luna» (Lima, 2001) y «No digas que no sé atrapar al viento», entre otros.

Se encuentra catalogada en revistas literarias de varios países de América y ha sido traducida al aimara, italiano, francés, griego, inglés y portugués.

Amusa

«Exiliada» por razones de la pandemia en Lima, no ha dejado de escribir. Estando situado su nuevo domicilio frente al mar, siente quizá como un llamado, una fuerza que le llega desde Los Andes, el telurismo de lo vivido en Puno y tal como aparecen en sus visiones de insomnio, esas imágenes las reproduce en el libro «Amusa», editado en marzo del 2021 por la editorial Summa, bajo la responsabilidad del poeta Harold Alva. Contiene catorce poemas y nos llega con ilustraciones del pintor iqueño Sérvulo Gutiérrez.

Amusa -o guardando el silencio- es una construcción del aimara y significa estar mudos por el encierro y cerrarnos la voz ante los hechos de allá afuera. Se trata de una de las mejores creaciones de Mendoza y lo subrayan versos como: «Me convertí en reverenda», «Metáfora Azul», «Batán hecho en casa», «Cerro Titili», «Camila» o “Una yapita más”, que evoca a Gabriela Mistral.

Es mucho lo que podríamos seguir diciendo de esta poeta telúrica puneña, pero dejemos que ella nos cuente un poco de sus orígenes, motivaciones y trayectoria.

Imagen tomada desde SociedadLiterariaAmantesDelPais.blogspot.com

¿Desde cuándo sentiste el impulso de las letras? ¿Tu ingreso al grupo Carlos Oquendo de Amat, cuando aún no concluías la secundaria, fue el debut público?

– Mi madre era profesora rural y en la escuelita naturalmente no había luz sino un mecherito con kerosene y una pita. Mi hermano y yo fuimos llevados a la escuelita, dejando sola a mi abuelita materna Gumercinda. La escuelita estaba rodeada por un río. Entrábamos por un puentecillo de piedra, claro que alrededor vivían campesinos quechuas. Yo tenía 6 años y mucha pena por mi abuela, me hacía muñequitas de trapo. Un día llegaron en una camioneta unos tíos y llamaron a mi mamá, todos lloraban; escuché que murió mi abuela Gume. Yo lloraba, me di cuenta que el llanto era por Gume, entonces empecé a tirar piedritas al agua en protesta y con otra mano agarraba llinqui de la orilla del río y decía por qué, por qué… Cuando tiraba piedritas parecía que las palabras se volvían canto de tristeza, delirio infantil, gemido; la luna reflejada en el río, las estrellas lo iluminaban.

Mi madre era recitadora, enseñaba a declamar a mis hermanas, no a mí porque era pequeña. Creo que esos impactos del ande, las flores silvestres, el río, las montañas, me persiguieron para siempre. Luego nos fuimos donde mi padre a una zona aymara y mi madre también trabajó en una escuela rural de la zona. Soy montañera, me gusta subir entre las yerbas y los árboles, siempre acompañada por poetas jóvenes, por su fortaleza contagiante.

Con ese impacto del mundo de la infancia quechua y aimara es imposible que la poesía se vaya de mi camino. Tuve una infancia feliz, saltando por caminos con ojitos de agua que caían de las montañas. Donde estoy como un espejo aparece Puno, nunca me fui de esos parajes por más lejos que viví.

Pertenecí al Grupo Oquendo siendo colegiala. Siento que es el único grupo que pertenecí. Efímero, olvidado por el desencuentro de sus militantes. Ese fue mi inicio público por salas culturales, mercados, cementerios y parques, teníamos la influencia del surrealismo. Disfrutábamos del cariño de los escritores mayores, los respetábamos.

En los estudios fui migrante, estudié en varias escuelas, colegios y en tres universidades.

Mi primer libro fue «Los Grillos tomaron tu cimbre». La palabra cimbre la inventé con una connotación de fuerza. Una mezcla de modernidad y protesta por el momento vivido. Ahí aparece el yo mujer, tiene mucha razón Daisy Zamora al decir que encuentra una genuinidad feminista en mi poesía, en este libro digo “Yo rumiante en los tiempos de violencia/ corriente agitada/ pastoreo mis palabras/ terminada mi tarea/ estrangulo en el bosque el estúpido polvo de las arañas/ que van carcomiendo la red de la choza/ tus ojos de leche”.

El telurismo es -por decirlo de alguna manera- tu marca de estilo. No lo dejaste pese a los viajes que has realizado. ¿Tan fuerte sientes el raigambre a tu tierra?

– En mi poesía es la tierra la que habla, imposible dejarla. Escribí también sobre la violencia política, las dos violencias en tiempos ayacuchanos de los años 80. Me considero una poeta identitaria y peruana. Identitaria porque está primero mi identidad personal, luego la identidad con mis pueblos. Mis orígenes son el mundo de los dioses andinos que todo lo pueden. Ello valió sin pensarlo para ser invitada a otros países y publicada, además.

Otra característica de tu poética es la identificación con tus personajes. Los sometes a tu sentimiento como si fueran parte de tu ser. Especialmente, con las mujeres luchadoras. 

– Pienso que el poeta o artista responde a su momento y en este contexto de encierro se cometieron muchos atropellos contra las mujeres, violaciones, maltratos físicos, asesinatos. Eso me duele. Imposible que no sea parte de un discurso poético o artístico. Nos habita un discurso ideológico de respuesta a los atropellos. Siempre pienso que la historia de los pueblos será conocida por el arte y la literatura, los gobernantes pasarán a segundo plano.

Harold Alva se ha convertido en el difusor de tus trabajos poéticos. ¿Esa alianza se da desde tu participación en Primavera Poética hace dos o tres años? ¿Cuál es la ruta que emprenden como poetas?

– Fue el maestro Manuel Baquerizo el primero en prestar atención a mis libros, escribió sobre ello. Jorge Luis Roncal publicó varios libros míos. Uno de ellos que salió bastante al extranjero es «Desde la montaña grito tu nombre», en la editorial de Esteban Quiroz y que empezó a gestarse en Chile. Guardo una admiración especial por Doris Moromisato, desde el siglo que se fue empezó a publicarme en sus revistas, varias veces me hizo traer para las FIL Lima que conducía enviándome los pasajes para los vuelos. Soy agradecida hasta el fin de mis días a todos los y las poetas que me apoyaron como Luis Chueca, Victoria Guerrero, Paolo de Lima, Ángela Delgado Valdivia, Marita Troiano, Eliana Vásquez Colichón y diversos gestores que se acercaron a mi poesía del extranjero, hay nombres de poetas logradísimos que respeto.

El 2017 me contacta Harold Alva, hablamos de Arturo Corcuera. Al año siguiente, la FIP Primavera Poética celebra a siete poetas internacionales, entre ellos dos peruanos: a Ricardo González Vigil y a mí. En ese contexto publica nuestros libros en su editorial Summa sin pedirnos nada, al contrario a cada uno nos regala una cantidad de libros. El 2019 asistí a su festival.

El 2020 nos reunió a cien escritores Iberoamericanos, publicándonos virtualmente con Lima Lee / Municipalidad Provincial de Lima. Este 2021 salió la voluminosa antología «La primera línea – Poesía Iberoamericana», con el prólogo de Harold Alva, en la que también estoy. En la contraportada hay un interesante texto del poeta Omar Aramayo.

Imagen tomada desde CasaDeLaLiteratura.gob.pe

Tienes como leit motiv a diversas personalidades femeninas como Frida Kalho en México y a Gabriela Mistral en Chile, creo que hay más. ¿Por qué esa identificación?

– Recién me di cuenta que soy ciertamente una feminista natural, no de grupo. Del mismo modo tengo una formación de izquierda con el ejemplo de mi padre y su hermano, pero sin partido, la fragmentación me enoja. Frida Kalho por supuesto en su tiempo fue incomprendida, a su muerte recién se empezó hablar de su trabajo plástico. En el caso de Gabriela Mistral, en Chile existe el Premio Nacional de Literatura. Le dieron el Premio Nobel y a los cinco años recién le dan el Premio Nacional, cómo es posible. Gabriela Mistral es una maestra. Hay nombres muy olvidados y grandes de esos tiempos como Eunice Odio que recién la voy estudiando, motivada por los trabajos del escritor Álvaro Mata Guillé de Costa Rica, radicado en México.

¿Cuál ha sido tu actuar en Chile y qué resultados conseguiste con tus vínculos y estadías en ese país?

– Hace veinte años que viajo invitada a Chile, siento que es mi segunda patria. Tengo muchísimos amigos en el norte y el sur, en Santiago por supuesto. Participé en diversas ferias, congresos, hermanamientos y -especialmente- al Encuentro Internacional de Escritores liderado por el académico Omar Monroy. Cuando viajo a Chile siento familiaridad, creo que tengo más amigos en la literatura chilena que en el Perú. Caminé por Chañaral con la poeta Elvira Hernández, sencilla como el agua, poeta ensayista y crítica literaria. Chillán es mi otra patria del corazón. Vicuña en mis venas por Gabriela y la senda que me conduce a mi admirado y querido poeta Benjamín León. Mi cariño por Paula Miranda y mi pena por Aristóteles España.

 

(*) Imagen principal tomada desde SociedadLiterariaAmantesDelPais.blogspot.com

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