Los resultados académicos de la evaluación Diagnóstico Integral de Aprendizajes (DIA), que la Agencia de Calidad de la Educación realizó en siete mil colegios del país recientemente, indica que los alumnos no alcanzan el 60% de los aprendizajes necesarios durante el año 2020, período en el que se desarrollan las clases remotas.
La información fue entregada por el ministro de Educación, Raúl Figueroa, con el claro interés sensacionalista de criticar la no presencialidad existente en los colegios debido a la pandemia. Lo realmente preocupante que refleja la estandarizada evaluación DIA es algo que el ministro interesadamente no recalca: la profunda brecha económica que muestra el país también se aprecia en su acceso a la tecnología.
En ese contexto, resulta muy preocupante el intenso costo educativo de vivir una crisis sanitaria como no habíamos tenido otra igual en Chile. Pero ante los datos de la evaluación, perfectamente se pudo proyectar también cómo serían los números de contagios y muertes pandémicas sin el factor de protección que ha significado suspender las clases presenciales en Chile.
Lo cierto es que ese es el tipo de datos que uno podría esperar del ministerio que cobija la labor educativa del país: cuantificar cuán importante ha sido el rol de la enseñanza a distancia para que los efectos de contagios y muertes por el Covid no sean aún peores de los que conocemos.
Figueroa, incluso, podría haber pretendido adueñarse de la gesta a nivel épico que ha significado para el cuerpo docente –en medio de esta terrible pandemia- aprender nuevas tecnologías en un tiempo récord y con escasa asesoría especializada, haciendo uso de sus propios recursos y extremando esfuerzos para llegar a cada estudiante y a sus familias sin dejar de entregar contenidos y habilidades.
Los profesores siempre hemos sido claros en que todo esto ha respondido a una emergencia y nunca se ha pretendido engañar a nadie respecto a que las clases presenciales son irremplazables. Pero ante una pandemia, la vida es lo más irreemplazable. Y se ha debido salir adelante sin apoyos públicos.
Si Figueroa quisiera asumir el “mérito” de entender cuántas vidas se han dejado de exponer al virus al no desarrollarse clases presenciales y destacar el rol de los docentes en la emergencia, se le podría acusar de oportunista y de descarado. Sus actuales intenciones de obligar a las municipalidades a retomar las clases en los colegios públicos es, sin embargo, una actitud despreciable.
Incluso, podría haber presentado los malos resultados de su estandarizada prueba DIA, comentando la decisión ministerial de fortalecer rápidos programas de entregas de computadores, comprometer conectividad gratuita para cada familia con jóvenes en edad escolar y –por cierto- facilitar equipamientos para que los docentes dejemos de llevar adelante nuestra tarea no como un apostolado sino que, casi simplemente, como profesionales que merecemos dignidad laboral.
Pero eso, viendo la manera en que se ha manejado el ministro de Educación hasta ahora, es pedir demasiado.
La realidad, la triste realidad, es una dinámica despreciable de un secretario de Estado que insiste en apurar un insensato retorno presencial de clases, creyendo «haber descubierto América en un mapa», compartiendo datos que no reflejan el trabajo y la abnegación de docentes, estudiantes y familias, quienes siguen haciendo patria priorizando el cuidado de la salud y de la vida.
(*) El autor es profesor de Historia y dirigente gremial del Servicio Local Barrancas.
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