En el imperio del sol, durante los días 6 y 9 de agosto de 1945 el astro rey pasa a ser una maldición, convirtiéndose en un punto de inexplicable silencio destructivo. El 6 de agosto el bombardero estadounidense B-29 «Enola Gay» no sólo entró en el espacio aéreo de Japón. También lo hizo en la zona más inquietante de la historia, inaugurando la era atómica.
A las 8:15 de ese día, el vientre metálico de la citada nave aérea estadounidense se abre para expulsar a Little Boy, una bomba de 4.400 kilos, tres metros de longitud y 71 centímetros de diámetro.
Su explosión originó un sorprendente y destructivo cromo de colores, surgidos de una -hasta ese momento- desconocida mezcla entre química y naturaleza. El fuego amarillo, el cielo rojo, el aire albo y espeso, la oscuridad casi eterna e implacable, convierten a millones de personas en agua y en quemadura a la vez.
El 9 de agosto, en tanto, es el turno de Fat Man, el segundo y hasta ahora último dispositivo nuclear utilizado en un ataque bélico, aunque el tercero en ser detonado en la historia, después de la prueba Trinity y de Little Boy.
Si bien este explosivo tenía más potencia que la bomba de Hiroshima, la topografía de Nagasaki ayuda a que los muertos sean un poco menos que en la primera ciudad japonesa atacada. De todas maneras, entre ambos dispositivos asesinan a más de 250.000 personas.
«Reposen aquí en paz, para que el error no se repita nunca» dice -hasta hoy- una inscripción en homenaje a las víctimas de las bombas atómicas en ambas ciudades del imperio del sol.
La memoria en torno a estos tristes hechos ocurridos hace casi siete décadas y media ofrece el espacio para seguir dándole vueltas a la capacidad humana de enfrentar la adversidad. No por nada la dinámica de la resiliencia hoy es una herramienta clave en la formación de personas.
Parece no ser gratuito que, a pesar de esa llaga lacerante que significa el sol con la ayuda de las bombas atómicas, la sociedad japonesa no sólo es capaz de levantarse. A la breve vuelta de la historia, se ubica en la parte de adelante del tren mundial, transformándose en un país moderno, exitoso y pujante.
La expresión artística, por cierto, no queda indiferente a un hecho de naturaleza tan intensa. Son muchas las obras literarias, pictóricas y musicales que recogen los momentos de la breve pero asesina aparición nuclear en la vida del ser humano.
El cine deja, además, una propuesta visual sobre lo acontecido, obras artísticas que por su fineza y profundidad siguen ubicándose como un recordatorio constante de los límites a los que puede llegar la raza humana. Las siguientes tres películas dan muestra de cómo el arte aporta a la reflexión de la memoria.
* «Hiroshima Mon Amour» (Alain Resnais, 1959)
Película franco-japonesa en la que una joven francesa pasa la noche con un japonés en Hiroshima, donde ella ha sido enviada para filmar una película sobre la paz.
Con un Oscar al Mejor Guión, a cargo de Marguerite Duras, el filme hace un innovador uso de breves flashbacks para crear una historia única y no lineal, en la que se habla sobre las intensas huellas que deja la guerra y el trauma que las acompaña. También se aborda la pérdida, la fragilidad y el poder del olvido, además de la tristeza que provoca.
Para algunos, el filme es un homenaje al amor que puede dar el ser humano, el que también sabe destrozar con sus acciones. Dividido en dos partes muy diferenciadas pero a la vez totalmente relacionadas, queda para la posteridad la pregunta que se hacen los protagonistas: «¿Cómo saber que esta ciudad esta hecha para el amor?».
Bajo un particular formato de «película documental de ficción», a pesar de las más de cinco décadas que cuenta, sigue siendo poética, desgarradora e inquietante.
* «Lluvia negra» (Shohei Imamura, 1989)
Nominada a la Palma de Oro en Cannes, esta película se construye sobre la idea de la precipitación radiactiva procedente de la explosión de las bombas que Estados Unidos lanza sobre Hiroshima y Nagasaki.
Basada en una novela de Masuji Ibuse sobre la devastación causada por los explosivos, el filme relata las consecuencias en Hiroshima. Se centra en la historia de una joven, Yasuko, que se vio sorprendida por esta lluvia radioactiva que cayó en los alrededores de la atacada ciudad.
Las posibles consecuencias de su contacto con la radiación han dado lugar a un sinfín de habladurías entre los pretendientes de la joven: ¿estará enferma?, ¿podrá tener hijos? Su familia rememora aquellos días aciagos, tratando de conjurar el peligro que la acecha.
* «Rapsodia en agosto» (Akira Kurosawa, 1991)
Es la historia de tres generaciones y la manera en que reaccionan frente al bombardeo atómico estadounidense en Japón.
Kane es una anciana cuyo marido fue asesinado en el bombardeo de Nagasaki. Luego, vienen sus dos hijos y sus cónyuges, todos los cuales se criaron en el Japón de posguerra, así como su primo Nisei Clark (interpretado por Richard Gere), quien creció en América.
Los nietos de Kane la visitan en su casa rural en Kyushu y también en Nagasaki el lugar donde muere su abuelo, tomando conciencia de los bombardeos atómicos por primera vez en sus vidas. Poco a poco llegan a tener más respeto por la historia de sus abuelos.
A partir de ese hecho, la convivencia entre las diversas generaciones comienza a tomar matices diversos y diferentes.