Documentalista peruano José Huamán Turpo: «El cine representa un angular óptico para entender nuestras culturas, generando reflexión y sensibilidad»

Por María Luz Crevoisier, desde Lima, Perú.

En 1999, el arqueólogo Andrew Wilson estudia tres momias de infantes halladas cerca del volcán Llullaillaco, en Salta (Argentina), quienes son bautizadas como El Niño, La Doncella y La Niña del Rayo. Estudios forenses indican que La Doncella tiene trece años cuando es elegida para el “pago” y unos quince cuando fallece.

Ya antes, en 1995, la famosa momia Juanita da que hablar en el mundo, pues se encuentra en perfecto estado de conservación. Es hallada a 6.290 metros de altitud, en el volcán Ampato de Arequipa (Perú). La niña, probablemente cusqueña, fue ofrendada entre 1440 y 1450, durante el mandato del Sapa Inca Pachacútec, quien hace del mundo inca un imperio. La menor tenía también 13 ó 14 años y era de gran belleza. Se cree que fue destinada a la ceremonia del Cápac Cocha (sacrificio humano) desde su nacimiento.

Otro descubrimiento importante de este tipo lo hace el arqueólogo Gabriel Prieto en el norte de Perú: se trata de esqueletos pertenecientes a casi 300 niños de la cultura precolombina Chimú, cuyo apogeo se extiende entre los años 900 y 1450 en la costa norte del Perú, llegando por el norte hasta Ecuador.

Se especula que los infantes, de entre 6 a 8 años, son sacrificados como ofrenda propiciatoria para aplacar los amagos de la corriente del Niño, frenar la expansión inca y propiciar la suya propia, que deja como vestigio grandioso la ciudadela de Chan Chán. Sin embargo, la cultura cae de todas formas bajo la fuerza inca unas cinco décadas antes de la llegada de los conquistadores españoles.

Los hallazgos citados dan cuenta de la cosmovisión que desarrollaban los pueblos originarios de América del Sur, que si bien ha ido adquiriendo otro tipo de prácticas o modalidades, continúa manteniéndose a pesar del paso del tiempo. Es lo que demuestra con creces el intenso y profundo trabajo audiovisual del documentalista peruano José Huamán Turpo, quien presenta su nuevo trabajo «Ñawiñasqa» («La Elegida») en agosto de 2021.

Imagen/ JHT

La fuerza del cine etnográfico

Para las culturas latinoamericanas, la cordillera de los Andes es el centro elegido para simbolizar la unión del espacio sagrado con el tiempo ancestral, estableciéndose en ella diversos centros rituales. En aquellas épocas, se llevan a cabo contínuas ofrendas humanas, dispensando un culto especial a las aguas que bajan de los deshielos. Y también esperando que las expresiones naturales del clima no sean tan fuertes y destructutivas.

Una de estas ceremonias se practica actualmente en el centro poblado Menor de Pinchollo, distrito de Cabanoconde, provincia de Caylloma, en Arequipa. Se ofrenda al apu Walqa Walqa fetos de animales y flores. El día de la fiesta, todo el pueblo acompañado de músicos, lleva a una niña ataviada a la usanza andina hasta el lugar denominado Achumani, en donde se hace la entrega simbólica de una imagen de la infanta. Es un acto de agradecimiento por el agua abundante que baja de la montaña y sirve para el regadío de las siembras.

José Huamán Turpo nace en la provincia de Paucartambo (Cusco), realiza desde 1985 varios proyectos en el campo de la investigación científica aplicada a la comunicación social y al cine etnográfico, siendo uno de los pocos cineastas peruanos dedicado a este tipo de trabajos.

Entre sus realizaciones más sobresalientes destacan, por ejemplo, «Inkarri, 500 años de resistencia del espíritu Inca en el Perú», laureado en varios festivales internacionales; «Yuyaypaq Apu Q’eshwachaqa», ceremonia de la renovación del famoso puente sobre el río Apurímac, en Canas, provincia de Cusco; «Wayri Wachipen», en el que aborda el origen de la festividad ritual más importante de los Andes sur andinos; y «Los Misterios de los Andes», serie de nueve documentales con diversas manifestaciones políticas, sociales, económicas y religiosas de las comunidades indígenas y campesinas de la región Cusco-Perú.

En su contundente palmarés destacan estímulos obtenidos en la Primera Muestra Nacional Universitaria de Facultades de Comunicación (Perú); Premio ONU; Premio Coral (Cuba); Premio Nacional Conacine (Perú); y Boston Green Film Fest (Estados Unidos), entre otros.

Habiendo nacido en una comunidad de la provincia de Paucartambo, Cusco, seguramente te familiarizaste con costumbres y tradiciones que perviven desde la época incaica. ¿Cuáles consideras tú que te impactaron especialmente? ¿Participaste en alguna?

– Los aprendizajes adquiridos en el territorio de la tradición y sus manifestaciones no sólo impactaron mi vida, sino que también mi obra. Nacer al interior de una comunidad me permitió participar y comprender los procesos sociales y culturales de mi identidad; de igual forma, accedí a la sensibilidad y conocimiento que encierra el Runasimi o lengua del hombre quechua para constituir mi propuesta cinematográfica establecida desde la investigación y el debate académico, desde el testimonio de una cultura y la divulgación ética de su cosmovisión y sus preceptos.

¿Ese amor por lo ancestral lo proyectas de manera profesional y es una forma de tenerlo presente para permitir que no desaparezca?

– El respeto por nuestros ancestros es también una forma de respeto por nuestra herencia cultural y los códigos de vida que nos legaron en el mito y el rito de la cosmovisión andina. Estas prácticas se manifiestan en la cultura viva y corren el riesgo de perderse si no empleamos herramientas tecnológicas y visuales para preservarlas. El cine no sólo representa un registro sino también un angular óptico para entender nuestras culturas generando reflexión y sensibilidad. Es indispensable conservar la memoria de nuestros pueblos originarios ante la modernidad que no los reconoce con sus diferentes componentes. No sólo no los toma en cuenta, sino también son sujetos de estudio de ciertas especialidades que las visibilizan como “sociedades pasadas”. Frente a esta realidad, tomé la decisión -junto al equipo que me acompaña hace varios años- de documentar la realidad desde la visión de los actores sociales que representan la voz, nombre y rostro propio de los hombres y mujeres del Ande.

Nosotros somos el medio que aborda los temas más álgidos, acompañando permanentemente a los pueblos que protagonizan nuestras producciones cinematográficas. Nuestra propuesta, es intervenir en un espacio socio-cultural para que la población aprenda del cine y sus instrumentos, exponiendo su conocimiento y coexistencia con la sociedad mayor. Esta información debe regresar a las comunidades como también a una cinemateca para la consideración de futuras generaciones.

Los antiguos sacrificios a niños entregaban ofrendas simbólicas al agua y los Apus ¿En alguna región de los Andes, podría ser en Chile o Bolivia, se continúan haciendo ofrendas, pero con fetos en lugar de niños vivos?

Imagen/ JHT

– El apu es una deidad de la andinidad y reside en las grandes montañas y altas cumbres de la cordillera, por lo mismo, es quien dispone de la fecundidad humana, animal y vegetal. Es el principal protector de la vida, de él depende el abastecimiento de agua a través de las lluvias, lagos, ríos y manantiales, considerándolo como el elemento vital para la existencia y reproducción de todo ser vivo. En consecuencia, el Apu es una deidad mediadora entre el ser humano y los fenómenos meteorológicos como el aguacero, la nieve, el relámpago y los fuertes vientos.

Así mismo, cada Apu tiene una personalidad y puede ser masculino o femenino siendo protectores exclusivos de diferentes áreas geográficas e -incluso- cumpliendo una jerarquía entre unos y otros. Por ejemplo, en la región Cusco, el Apu Tutelar es el Ausangate, sin embargo, contamos con otros Apus emblemáticos como el Salkantay o el Wakaywillka, en ellos se exteriorizan fenómenos naturales que influyen en la actividad humana. Por eso, cada Apu tiene una manera especial de ser venerado con ritos y ofrendas ceremoniales en fechas y épocas determinadas.

Para las culturas Incas y Pre-Incas la tierra estaba poblada de Apus o espíritus que nacieron antes que los seres vivos en el vaho de los lejanos mares o las transpiraciones de las selvas distantes. Este aliento, se transforma en nieve al condensarse en las alturas, formando los nevados desde el Cotopaxi hasta el Aconcagua. Al presente, sigue siendo el aliento de la atmosfera andina. A los antiguos sacrificios humanos se les conocía como “Qhapaq Qocha” o «Qhapaq Jhucha”, siendo ofrendas que pedían o agradecían los favores como mediadores entre el espacio físico-terrenal y el cosmos que se expresaba en deidades cual el rayo que también era conocido como “Illapa”.

Las investigaciones arqueológicas de alta montaña nos han revelado que los niños ofrendados estaban asociados con estatuillas de plata y oro para aplacar -por ejemplo- las sequías. Los sacrificios pertenecen al pasado, pero algunas prácticas rituales subsisten como el peregrinaje al Señor de Qoyllurrit’i. En ciertos espacios socio-culturales se dice que los sacrificios aún perviven en los socavones mineros para el logro de sus propósitos (cuentan que sacrifican un ser humano con algún defecto físico). Pese a ello, en estos tiempos las ofrendas están compuestas de fetos de camélidos cumpliendo un rol dentro de la mesa ritual.

Sabemos que en el Qullasuyu (del lado Boliviano) se entierran camélidos vivos donde el rito implica ofrendarlos en un hoyo profundo como agradecimiento a los favores recibidos por la Madre Tierra o Pachamama. En la región Apurímac en el Perú, aún persiste el “Alma Cacharpari” y se realiza en celebración del año del difunto; se sacrifica un camélido macho cargado de las prendas de vestir que usara el difunto y luego se entrega al fuego para alcanzar al Apu Coropuna, en donde está la morada de los muertos según la creencia de los pobladores que viven bajo su tutela.

Imagen/ JHT

¿Qué significado tiene para nuestra identidad conocer estos diferentes ritos?

– Es importante entender y comprender las racionalidades multidimensionales que los ritos guardan para un grupo humano. El rito cumple una función en la búsqueda de equilibrio. Se ofrendan especies, productos, animales y arreglos florales que identifican al mismo tiempo un contexto geográfico en un intercambio de reciprocidad que llamamos Ayni. La Pachamama y los Apus son esas deidades que viven en lo profundo del sentimiento y la psiquis del hombre andino, porque gracias a ellos se explican el mundo y la existencia humana, así como el orden general de la naturaleza que fue venerada por miles de sociedades andinas que se sintetizaran en la cultura Inca.

¿No crees que en las escuelas y colegios se debiera propiciar la difusión de estas tradiciones andinas y selváticas?

– Claro que sí, esto ayudaría en la formación, comprensión y respeto a su cultura y a la herencia de nuestros ancestros. Mejorarían, además, las relaciones humanas, emplazando el racismo y la discriminación en países andinos con alto componente nativo, pues es otro capital humano valiosísimo para nuestras naciones. Los ciudadanos de las zonas rurales y urbanas y de los diferentes pisos ecológicos, conforman una unidad que es el rostro diverso y multicultural de países como Colombia, Ecuador, Perú, Chile, Bolivia y Argentina. Cada pueblo goza de una cosmovisión que permitiría a los estudiantes y docentes generar materiales audiovisuales con las herramientas tecnológicas que cada vez son más accesibles, tanto para el registro y sistematización como para la difusión de un conocimiento y realidad que permita la autoestima y la afirmación identitaria.

Tomado del canal Youtube de Ayni Institute

39
0

0 Comments

Leave a reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*