Isabel Allende, una escritora que le gana la mano al «pago de Chile»

Para decir las cosas como son, la intelectualidad chilena se reía de los telares de Violeta Parra en los años 60. O de su manera de cantar. El impacto en ese sector fue evidentemente intenso cuando la artista termina exponiendo su trabajo en Europa, adquiriendo la trascendencia global que tiene hasta hoy.

Es que dentro de sus características, nuestro país -de lo cual no se escapa el mundo «pensante» y «creativo»- produce un manjar muy amargo que con una buena dosis de crudeza se conoce como «el pago de Chile». Se trata de una dinámica que condena con placer el éxito de los propios. Y, por cierto, ensalza -muchas veces con falso entusiasmo y obvia injusticia- las características de los foráneos.

El arte, la política, las ciencias, la educación y la economía -por nombrar sólo algunas áreas- conocen mucho de eso. El peor-mejor de los ejemplos para ilustrar el tema es el hecho de que Gabriela Mistral recibe el Premio Nacional de Literatura ¡seis años después! que el Premio Nobel. Una vergüenza absoluta.

En el ámbito cultural quizás quien más lo ha sufrido en las últimas décadas -pero, a la vez, ha sabido enfrentar y dar vuelta- es la destacada y exitosa escritora Isabel Allende. Con una tenacidad a prueba de todo, se abre paso -primero- en el periodismo chileno y -luego- en la literatura mundial. En ambos ámbitos sus irrupciones nunca están exentas de variados atractivos.

Su gran poder de observación, su pluma asertiva y claramente encantadora, además de -por cierto- su inocultable ironía, generan un cóctel que rápidamente la lleva al éxito. Y no sólo a nivel de los honores, también a nivel de las ventas.

Si bien Allende obtiene el Premio Nacional de Literatura el año 2010, no es menos cierto que la élite intelectual ariscaba con desagrado la naríz cada vez que se comentaba tal posibiliad. Y lo sigue haciendo -incluso- cada vez que se observan los ránkings de ventas en los que la escritora se aburre de estar permanentemente ubicando los primeros lugares en todo el mundo.

Cinco años después de ese logro, la Universidad de Santiago se sacude los prejuicios del intelectualismo local y se constituye en la primera casa de estudios chilena en distinguir a la escritora que ha vendido casi 70 millones de libros en el mundo.

El evidente machismo que también pulula siempre en cómo se mira a Allende, forma parte clara en el hecho de que sólo Gabriela Mistral es la otra mujer chilena a la que una casa de estudios local le ha entregado la citada distinción.

«Mi país inventado»

Nacida en Lima, Perú, pero de familia chilena, Isabel Allende crece en medio de un ritual: su patria es su tribu y su tribu es Chile. Su único punto de referencia, en medio de una vida de constantes viajes y desarraigo por la labor diplomática de su padrastro, es su familia. Y obviamente, la escritura, que en forma cíclica e inconsciente la lleva una y otra vez a cerrar el círculo.

«Viajé en barcos, aviones, trenes y automóviles, siempre escribiendo cartas en las cuales comparaba lo que veía con mi única y eterna referencia: Chile», anota en su profundo libro de memorias «Mi país inventado». De su padre biológico hereda un apellido extremadamente atractivo, aunque –cuenta- no cultiva lazos con esa rama familiar, a excepción de su tío Salvador.

«Él era primo de mi padre y fue la única persona de esa familia que permaneció en contacto con mi madre, después de que él se fuera. Además fue muy amigo de mi padrastro, de modo que tuve muchas ocasiones de estar con él durante su presidencia. Aunque no colaboré con su gobierno, los años de la Unidad Popular fueron seguramente los más interesantes que he vivivo. Nunca me he sentido tan viva, ni he vuelto a participar tanto en una comunidad o en el acontecer de un país», comenta en el citado libro.

Dos años después del 11 de septiembre de 1973, se fue a vivir a Venezuela, país en el que luego de publicar su tercer libro -finalmente- renuncia a su cargo de administradora en una escuela y comienza a considerarse escritora de tomo y lomo.

Las  vueltas de la vida la tienen hace décadas afincada en San Francisco (California, Estados Unidos). Desde allí administra también la fundación que lleva su nombre, con la cual ayuda a mujeres y niñas, financiada con las utilidades de su libro «Paula», en el que relata la enfermedad y consiguiente muerte de su hija Paula, en 1992, a los 29 años.

Aunque se considera de izquierda, no tiene traumas en sentirse parte de la sociedad americana. Un párrafo de «Mi país inventado» resume ese sentimiento: «No estoy obligada a tomar una decisión: puedo tener un pie allá y otro acá, para eso existen los aviones. Por el momento, California es mi hogar y Chile es el territorio de mi nostalgia».

De hecho, en el mismo libro destaca el inquietante cruce de la fecha icónica del 11 de septiembre. «Por una escalofriante coincidencia –karma histórico- los aviones secuestrados en Estados Unidos se estrellaron contra sus objetivos un martes 11 de septiembre, exactamente el mismo día de la semana y del mes –y casi a la misma hora- en que ocurrió el golpe militar en Chile en 1973. Aquél fue un acto terrorista orquestado por la CIA contra una democracia. Las imágenes de los edificios ardiendo en humo, las llamas y el pánico, son similares en ambos escenarios. Ese lejano martes de septiembre de 1973 mi vida se partió, nada volvió a ser como antes y perdí a mi país. El martes fatídico de 2001 fue también un momento decisivo: yo gané un país».

Barreras que caen y caen

Isabel Allende reconoce una relación compleja con la figura de su padre, quien –en algún momento de su niñez- abandona la casa familiar para nunca volver. Eso hasta que un día, siendo ella ya una joven profesional, la policía la ubicar para que reconociera a un tal «Tomás Allende», quien había muerto en la calle.

Corrió con el alma en un hilo, pensando que se trataba de su hermano. Sin embargo, la «tranquilidad» le vuelve por unos momentos, al ver que -en verdad- se trata de un señor bastante mayor. Es su padrastro quien le explica que ese cuerpo que yacía en la morgue, se trataba de su verdadero padre.

Puede ser también un buena imagen que resume cómo se relaciona con la intelectualidad local. Ella siempre aclara que la gente la hace sentir que nunca se ha ido. «Me basurearon por treinta años y el Premio Nacional de Literatura me dio una cierto nivel con el mundo académico, pero el resto de la gente siempre ha sido cariñosa y eso es lo que vale. Vale que te subes a un taxi y el tipo te besa y no te cobra. Vale que vas a un restorán y te llevan a la cocina a saludar a la gente. Eso es lo que realmente interesa, los lectores», dice la escritora tras recibir la primera distinción académica en su país en el 2015.

En agosto de 2021, Pen Chile -la versión local de la entidad que reúne a los escritores del mundo- invita a Isabel Allende como socia honoraria, sumando así un nuevo paso de cómo tanto la exitosa novelista y la intelectualidad local enfrentan la dinámica del «pago de Chile». Al menos en el caso de Allende, se trata de barreras que caen y caen.

La escritora chilena -de quien Chilevisión desarrolla una coproducción junto a Televisión Española basada en la novela «Inés del alma mía»  y Mega, con el apoyo del Consejo Nacional de Televisión, lleva adelante una atractiva miniserie autobiográfica- no se cansa de consolidar éxitos desde que en el año 1982 aparece su novela «La casa de los espíritus», agrupando ya a estas alturas más de una treintena de libros que hablan sobre la mujer, la memoria y el imaginario latinoamericano.  Ha sido traducida a más de cuarenta idiomas.

 

** Imagen principal tomada desde Facebook de Isabel Allende.

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