Visita a Chile en 1976: El día que Borges perdió el premio Nobel

Sólo una mente retorcida lo pudo haber pensado. Pero las cosas se dieron así. Y si los antecedentes desclasificados de Estados Unidos siguen la línea de algunos investigadores del caso, las sorpresas pueden seguir iluminando el sinuoso camino de esta historia.

Sea como sea, el 21 de septiembre de 1976, el mismo día en que una bomba asesinaba al canciller del gobierno de Allende, Orlando Letelier, en Estados Unidos, una senil figura se ponía su propio artefacto explosivo al cuello: el gran Jorge Luis Borges recibía una condecoración de las manos de Augusto Pinochet.

Para muchos entendidos, fue la lápida para cualquier aspiración a obtener el Premio Nobel, una presea esquiva para el escritor argentino, a pesar de los variados expertos que han enfatizado sus literarios merecimientos.

El maestro del juego contradictorio, de la realidad con variados espejos, bien pudo haber asumido que la recepción del grado Honoris Causa de la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Chile bajo la dictadura de Pinochet era una bomba en su carrera pública. “Pero pensé qué aburrido juzgar a un escritor por sus ideas políticas”, habría dicho más tarde. Borges, el mismo, el otro, se consumía en su propia serie de imágenes superpuestas.

La estupefacción del mundo literario fue total. No sólo porque tras reunirse con el dictador en el edificio Diego Portales el escritor comentaba que Pinochet le había parecido “una excelente persona”, sino que -tan fuerte como esa imagen de intelectual frágil, apoyado en un bastón frente al militar chileno- fueron sus reflexiones en el discurso de agradecimiento.

«En esta época de anarquía sé que hay aquí, entre la cordillera y el mar, una patria fuerte. Lugones predicó la patria fuerte cuando habló de la hora de la espada. Yo declaro preferir la espada, la clara espada, a la furtiva dinamita (…). Y aquí tenemos: Chile, esa región, esa patria, que es a la vez una larga patria y una honrosa espada», dijo con entusiasmo el mismo día en que los fierros quemados del auto de Letelier ocupa los titulares de toda la prensa mundial .

El año 1976 no pudo haber sido más inquietante para la opinión pública mundial que seguía los acontecimientos de Chile tras el golpe de Estado. A lo del asesinato del canciller de Allende, se sumaban hechos con como el cruento triunfo de la Dina al detener y eliminar a toda la nueva directiva del Partido Comunista en la clandestinidad.

Fue una trampa ratonera en la que, con engaños e infiltraciones, los aparatos de inteligencia de la dictadura habían dado caza, fácil y cruelmente, a todos los nuevos dirigentes del PC, lo cual también impactó fuertemente en el mundo.

En medio de todo eso, Borges viajaba a Chile y decía lo que decía. Más encima, el mismo día de la premiación se consumaba lo que sólo una mente retorcida pudo haber pensado: mientras se mataba a un enemigo, se condecoraba a un escritor.

Son muchas las investigaciones que confirman que el poeta sueco Artur Lundkvist -uien se convirtiera en el secretario permanente de la Academia Sueca, organismo que otorga el premio Nobel- nunca le perdonó a Borges ese discurso.

María Kodama, esposa y albacea de Borges, señaló en una entrevista al diario español El País que la situación fue así. Alguien de la academia de Estocolmo lo llama días antes de la condecoración pinochetista. “Mire, señor: yo le agradezco su amabilidad de llamar, pero después de lo que usted acaba de decirme mi deber es ir a Chile. Hay dos cosas que un hombre no puede permitir: sobornar o dejarse sobornar”, habría dicho el autor de “Ficciones” a su interlocutor en Europa.

Borges, quien también manifestó simpatía por la dictadura en Argentina, enfatizó en su discurso en Chile: “Mi país está emergiendo de la ciénaga, creo, con felicidad. Creo que merecemos salir de la ciénaga en que estuvimos. Ya estamos saliendo, por obra de las espadas, precisamente. Y aquí ya han emergido de esa ciénaga”.

Todo con un corolario que explica la estupefacción mundial: “Y lo digo sabiendo muy claramente, muy precisamente, lo que digo”.

Con el paso del tiempo, y probablemente remarcado este año al recordarse tres décadas de la muerte de Borges, se ha reflexionado en torno a las opciones políticas de los intelectuales y sus aportes culturales. Mucha agua corre bajo ese puente.

En su libro «Borges, una biografía literaria», el ensayista uruguayo Emir Rodríguez Monegal indica que ese incómodo 1976 el escritor argentino había llegado a un empate en la Academia Sueca junto a al español Vicente Aleixandre para adjudicarse el Nobel.

«Yo en ese momento de la llamada desde Suecia lo quise todavía más a Borges, porque admiré en él algo que me enseñaron a admirar, a no traicionarse a sí mismo, no importa lo que se pierda, pero jamás traicionarse a sí mismo», recordaba Kodama en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara el año 2014.

Puede que Borges haya sabido que al colgar el teléfono ese día cerraba la puertas de su –para muchos- inminente camino al Nobel. Pero de lo que sí no hay dudas, es que Borges ese día de septiembre al recibir la condecoración de Pinochet encarnó su propia versión de Asterión y se encerró en un críptico laberinto para dejarse vencer.

1 Comment

  1. Ricardo Paredes Quintana 15/10/2023 Reply

    Para una rememoranza de quién participó en la gestación académica de la visita de JLB a Chile, la fuente pertinente es:

    Martínez Baeza, Sergio (1999): «La visita de Jorge Luis Borges a Chile en 1976. En el centenario de su nacimiento», MAPOCHO, n° 46, pp. 263-267, 1999, Santiago de Chile.

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