“Miren cómo profanan la sacristías/ con pieles y sombreros de hipocresía/ Miren cómo blanquearon Mes de María/ y al pobre le negaron la luz del día”. La letra no es una incisiva rima de hip hop. Tampoco es un himno generacional de algún grupo emergente. Es la letra de una canción de Violeta Parra.
Sencilla, preclara, observadora, inquieta. Con todas sus características artísticas, Violeta Parra no sólo recoge lo más representativo de las tradiciones a lo largo del país, sino que también traspasa con agudeza sus intensas observaciones de la realidad.
Realidad que, a poco má de cincuenta años de la muerte de la cantautora, no ha cambiado mucho. La profundidad con la que registra su entorno aún sigue siendo el caldo de cultivo para una sociedad que se dice moderna. No por nada su rostro y también varias letras de sus canciones sirvieron como leit motiv en el estallido social y en las manifestaciones ante el irresponsable manejo que ha hecho el actual gobierno de la pandemia.
Investigadora, compositora, instrumentista, cantautora, artista y artesana, Violeta Parra encarna un desarrollo espiritual que pocas veces se ve o se conoce en Chile. Para bien suyo -y también para el de la sociedad que la ve surgir- su natalicio (4 de octubre) se engarza -gracias a una resolución gubernamental de la presidenta Michelle Bachelet del año 2015- con el Día de la Música y de los Músicos Chilenos.
El simbólico caso del museo
Ese mismo año se inaugura el esperado Museo Violeta Parra, espacio que en poco tiempo logra convertirse en un atractivo polo cultural, pero que no puede quedar abstraido de la situación social del país. Ubicado en pleno corazón del sector de Plaza Baquedano (o Plaza Dignidad), el inmueble sufre un incendio en febrero del año 2020. Tal como otros casos similares, a más de un año de los hechos no existe ningún avance significativo en la investigación judicial que permita conocer a los responsables.
Aunque el museo debe cerrarse, continúa sus actividades en formato digital. Sin embargo, no existe plena coincidencia en la orientación que toma la instancia durante los últimos años entre la familia Parra (representada por la hija mayor de Violeta, la cantautora Isabel Parra) y el directorio que la administra (cuya presidenta es la cantante lírica Carmen Luisa Letelier, Premio Nacional de Artes), especialmente con la directora del museo, la periodista Cecilia García-Huidobro.
Para que pudiese existir la estructura del museo -contando, además, con algún financiamiento medianamente continuo- la familia Parra debe adecuarse a la particular realidad cultural chilena y generar una fundación. Eso implica que las acciones adminitrativas y de contenido del museo no pasan sólo por el interés de la familia, sino que por las decisiones de un directorio.
Durante los meses del estallido social, de hecho, la familia Parra tiene el interés de generar actividades en diálogo con lo que ocurre en el país, pero eso no logra avanzar en el directorio compuesto en ese momento -entre oras personas- por el alcalde de Santigo en ese entonces, Felipe Alessandri (en la actualidad, su puesto lo ocupa la actual alcaldesa Irací Hassler). «Nunca coincidimos en la forma en que había que poner a Violeta Parra dentro de esta crisis. Hubiéramos querido realizar otras actividades», dice Isabel Parra en los medios sobre las desaveniencias al interior del museo.
Hoy el lugar está cerrado, la obra artística de Violeta Parra que forma parte de la colección (pinturas, telares) se encuentra protegida en bodegas ubicadas fuera del sector. Pero la entidad sigue con una activa oferta cultural (especialmente cursos, conciertos y charlas) en formato digital. Si bien a la familia Parra esa alternativa le parece bien, no le satisface completamente en cuanto a mantener el mensaje y al presencia de Violeta en la gente.
Violeta y Víctor
La situación que vive el museo de una de las artistas más importantes del país habla muy bien de lo que es Chile. El espíritu de Violeta Parra circula libre por las calles, pero la institucionalidad la ubica en la fila de la burocracia.
En medio de esa compleja dualidad, poco a poco se ha ido recuperando su influencia y aporte en la vida social y cultural del país. Durante muchos años negada, escondida y poco aceptada, la multifacética artista comienza a ser claramente más reconocida por las nuevas generaciones.
Y es que la mirada con la que describe las principales dinámicas de la sociedad chilena –aún hoy- no deja de ser incómoda para much@s.
La artista chilena Pascuala Ilabaca, quien edita hace algunos años un destacado disco homenaje, comenta en la prensa que «aún falta mucho por comunicar sobre su tremendo legado. El aporte creativo y en términos de identidad que hizo, la convierten en la artista más chilena de todos los tiempos. El contenido social de sus letras y su música están más vigentes que nunca».
Así como con Víctor Jara, el caso de Violeta Parra también se trata de un lento y más o menos reciente proceso de re-encuentro de las personas con su figura. A pesar de todo, hay un nuevo Chile queriendo emerger por ahí.