La ventana

La ventana está trizada. En cualquier momento se iba a romper y lo sabía. Pero no hacía nada para pararlo, porque me convencía que nada malo pasaría ni amenazaba con pasar, por lo que la dejé de mirar y volví mi vista a mi computador en el que trabajaba casi día y noche, mientras que en mis tiempos libres solo me dedicaba a recopilar información sobre la música barroca o leer, las dos cosas eran interesantes.

Sentí frío por primera vez proveniente justamente de esa ventana. ¿Ahora venía a dar súplicas de que le reparasen? Claro, porque ahí estaba, discutiendo mentalmente qué hacer ahora, hasta que me di cuenta por mi reflejo que caía una lágrima y terminaba en el piso de madera. Limpié su rastro en mi mejilla con la manga de mi abrigo, de nada servía llorar ahora cuando había logrado tanto.

Por esa noche me olvidé de todos mis problemas durmiendo y aún así amanecí cansada, como cada día, tarde y lo que restaba de la noche. Me dirigía a ver la recordada ventana cuando escuché un ruido, no supe de donde venía, en ese momento pareció efectuarse en toda la casa, dando incluso que se removiera un poco. El ruido no fue brusco, pero era algo parecido a esos que se producen a causa de que alguien o algo ha llegado, como un timbre, pero no me asusté, solo sentí un vacío, y como si nada, retomé mi curso a la ventana que ahora estaba más trizada. Pero ahora lo sentí. Sentí como se posaba una mano en mi hombro. Me quedé inmóvil ante el tacto y en el reflejo de la ventana pude ver mi cara de horror.

No podía articular palabra alguna y ahí me veía pasmada del susto, pero lo más extraño era que a mi lado nada ni nadie se reflejaba, yo solo lo sentía, luego esa mano me golpeó levemente la espalda, como si me diese fuerzas o me demostrara una compasión, y sin razón alguna empecé a llorar como si se una lluvia se tratase, después sentí una fuerza abrazadora en el cuello y el aire me comenzó a faltar, me sentí atrapada, como si las paredes se cerraran y yo no podía parar los sollozos, hasta que pude respirar, de forma agitada y débil, pero lo hacía, me apoyé más tranquila en la pared donde se encontraba la ventana, y ahí me di cuenta que no estaba bien.

En un intento desesperado de ocultar lo que sentía y pasaba, compré selladores para reparar esa ventana, me rehusaba a cambiar el vidrio, porque al fin y al cabo todo estaba bien. Pero lo extraño fue que cuando traté de hacerlo el propio pegamento se caía como agua, al día siguiente compré otro, pero fue lo mismo, luego traté con otras marcas y recomendaciones, pero nada, además me sentía abrumada por la presencia que reinaba en la casa, era vacía, lúgubre y pastoril, me sentía como un ermitaño, aislada de las personas y reacia a cambiar eso.

Volví a tener esa fuerza abrumadora en mi cuello. Volví a llorar. Volví a sentirme presa de la soledad que empezaba a construir y la ventana se seguía trizando día tras día, no importaba cuánto traté de remediarla, se mantenía igual, fue entonces cuando lo acepté.

En la mañana me vi al espejo y a pesar de estar pálida, agraciada y casi esquelética sonreí, porque estaba bien. Luego volví a reír con mis compañeros, con mi trabajo, con mis pasatiempos, pero aún estaba ese vacío, escuchando los pasos de un obvio abismo aproximarse mientras era de noche, dando a que llorase por sentirme miserable.

— Estoy bien — Le contesté a la voz preocupada de mi madre por teléfono.

— No te preocupes — Proseguí —, Me encuentro bien.

Ya no me costaba mentir.

Mis pasatiempos dejaron de ser eso, ahora los veía aburridos, no tenía interés alguno, solo quería dormir porque así me sentía plena por un momento, pero tenía que continuar, como lo había hecho durante ese año. Las cosas se volvían pesadas y aun así regalaba sonrisas, tanto para mí como para mi exterior y cada vez que hacía eso fuera de casa, cuando llegaba la ventana estaba peor y la presencia, como me acostumbré a llamarla, se volvía una carga, algo que me pesaba en lo más profundo y no sabía cómo sacarla, pero luego pensé: ¿Por qué la llamo presencia y no por su nombre? Me senté a su lado y dije:

— Estoy cansada, Soledad.

No le importó, pero juntas miramos como la ventana explotó, llegando a la sima.

Un día ya no me pude levantar porque tenía mucho frío proveniente de la ventana, que ya no tenía vidrio, se había roto por completo y sabía lo que tenía que hacer, pero no quería, ya no podía porque la soledad había invitado a sus amigos, a miseria, egoísmo y tristeza.

Ese mismo día no sentí mis piernas, ni mis manos, ni mi corazón, todo había quedado atrás y tampoco me sentí feliz, ni plena o satisfecha, porque estaba irremediablemente rota y no pude con ello, así que acepto estar en lo profundo de la tierra escuchando los sollozos exteriores, elegí la peor salida de mi vida, pero era la única permanente de la misma.

 

(*) El texto corresponde al Segundo Lugar (en empate) de la Categoría A del certamen, comprendiendo a alumnos de entre 7o Básico a 1o Medio del colegio.

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