Por María Luz Crevoisier, desde Lima, Perú.
Aún no se apagan las luces de los farolillos que adornan la Plaza Mayor de Lima desde aquél 28 de julio de 1821 -momento en el que el pueblo unido a una sola voz celebra la Proclamación de la Independencia del Perú por el general José de San Martín, creador de los símbolos patrios como la bandera y el escudo- cuando el prócer argentino convoca a un concurso público para completar la trilogía sagrada con el himno patrio.
Es el 7 de agosto de 1821, mes de vientos y acaso de algún temblorcillo, cuando el libertador argentino dispone las condiciones de la licitación para la letra y la partitura de la canción nacional peruana. Se presentan muchas propuestas, pero los ganadores absolutos son el abogado iqueño José de la Torre Ugarte (1786/1831) en la letra y José Bernardo Alcedo Retuerto, natural de Lima (1788/1878), en la música.
Alcedo (también reconocido por Alzedo) y Pedro Ximénez Abril Tirado son los compositores más importantes de Lima en la primera mitad del siglo XIX. Ambos, además, forman parte de la corriente independista y realizan varios trabajos en conjunto en esa importante línea.
La primera vez que se entona el Himno Nacional del Perú, denominada Marcha Nacional, es el 23 de septiembre de 1821 en el gran Teatro Nacional, teniendo como primera voz a la reconocida soprano Rosa Merino. La presentación escoge las primeras cuatro estrofas, acompañadas por la Orquesta del Teatro Principal, dirigida por el maestro Alcedo. Al acto asisten el libertador San Martín y su plana mayor, todos ex participantes en las luchas emancipadoras.
Presencia en Chile
Tres años después de ese acontecimiento, tal vez el más importante en la vida del compositor Alcedo, el maestro emigra a Chile, llegando a Santiago, la capital, instalándose en alguna de sus bellas casonas de tiempos coloniales. No hace mucho tiempo de su llegada se había librado en el poniente de la ciudad la famosa batalla de Maipú (abril de 1818), en la que participan los ejércitos de Chile y Argentina, con un claro protagonismo también del general José de San Martín, enfrentando a las fuerzas coloniales hispanas encabezadas por Juan Osorio.
El maestro Alcedo se aclimata casi de inmediato al ambiente poco urbano de Santiago, más bien pausado y tranquilo, participando de sus tertulias amicales y saboreando el tradicional lunch llamado «once», arraigada costumbre gastronómica que aún perdura en las tardes chilenas.
En tierra de los antiguos mapuches, el compositor peruano permanece nada menos que cuatro décadas, estando por casi veinte años como maestro de Capilla de la Catedral de Santiago, siendo considerado como importante promotor e impulsor de la música clásica en Chile.
A su regreso a la tierra patria, en 1864, le solicitan que se haga cargo de la dirección del Conservatorio de Música y de la dirección general de las bandas del Ejército. En 1869 publica “Filosofía elemental de la música o sea la exégesis de las doctrinas conducentes a su mejor inteligencia”, largo título de una obra emblemática en Perú y en América Latina, elaborada originalmente por la imprenta La Liberal, ubicada en la limeña calle de San Marcelo No 55.
Un heredero le hace honor
Los genes de José Bernardo Alcedo parecen ser fuertes y su legado encuentra un descendiente que engrandece y hace honor al nombre del tatarabuelo. Se trata del charanguista peruano César Aguilar Alcedo, músico nacido en la localidad de Chosica (Lima) e inventor de un singular instrumento: la “Alcedo kitara”, que combina tres instrumentos en uno: la guitarra clásica, el hatun charango y el kantele de Finlandia. La “Alcedo Kitara” fue diseñada y construida en Lima por el luthier Dany Sánchez.
Aguilar edita en 2021 un libro de metodología musical que se basa en el de Alcedo Retuerto, pero suma su propio aporte desde la cosmogonía andina. Bajo el nombre de «Takilka» (Acuedi Editores, 2021), la propuesta reúne las influencias de Kurmi Milla, Carlos Mansilla y Juan Santos, colaboradores de Aguilar Alcedo en este singular proyecto.
La publicación es un replantamiento potente de «Filosofía elemental de la música» y un intenso llamado a observar la creación artística en general -y la musica en particular- desde los orígenes propios de la sociedad.
Conversamos con Aguilar, quien desarrolla una destacada carrera artística. Dice que siente un profundo respeto por su tatarabuelo -«el único compositor de un himno nacional que era natural de su propio país en Hispanoamérica», enfatiza- subrayando que no sólo fue creador de melodías, «sino que tambien educador, formador y pensador del arte».
«Takilka» es una sólida revisita a «Filosofía elemental…» a la que se suman aportes personales como color, afinaciones, investigaciones y descubrimientos, haciendo uso de las antaras de la cultura Nazca y la semiótica del diseño andino precolombino. «Desarrollo un método acompañado de doce láminas explicativas, algunas de su tratado con diseño actualizado, otras propias y una del maestro Orlando Sánchez, compositor, pianista y saxofonista cubano, quien comparte su aporte con el sistema armónico complementario proveniente del jazz», explica Aguilar Alcedo.
Primero que nada, ¿usted conoce las razones por las que Alcedo viaja a Santiago de Chile? ¿Lo hace solo o en compañía de su familia?
– Lo cierto es que los motivos por los que mi tatarabuelo renuncia a los hábitos dominicos y emigra a Chile no se pueden sino que conjeturar. Lo que sí podemos presumir es que lo motiva un nuevo proyecto de vida. Llega a Santiago en 1823 y es enrolado como músico mayor subteniente del Ejército de Chile en el Batallón Nº 4, que fue el más numeroso que acompañó a San Martín. Alcedo no sólo es un músico creador de himnos y cantos independentistas, sino que -como bien señala el musicólogo chileno José Manuel Izquierdo- es un pensador filoso y formulador, hábil en escribir y algo decepcionado de no poder alcanzar una posición en la sociedad limeña.
Como lo señala en su libro, el científico y verdadero músico es aquel que, elegido por la naturaleza, «une a ella la posesión de una perfecta teoría, fundada en los principios de la ciencia derivados de la naturaleza, el conocimiento del corazón humano y los resortes de excitar sus sentimientos, y la juiciosa observación de los diversos metros de la poesía sagrada y profana para poderla significar”.
Por tanto, Alcedo pone en su obra una lectura personal de los textos religiosos, que va cambiando y acentuándose con los años. Su «Kyrie Eleyson» («Señor, ten piedad»), por ejemplo, que puede escucharse luego de la introducción instrumental, no es un ruego calmado, conformista y neutro. Es un grito desde la desesperación y la duda, desde la inseguridad de un hombre que, como cristiano, siente que esa piedad rogada no está garantizada, sino que debe ser solicitada siempre con convicción.
Así que podemos presumir que, en esta jornada para encontrar su destino, Chile también es considerado por él dentro del ámbito de la patria grande liberada, por lo que no duda en tentar suerte allí, permaneciendo en ese país por cuarenta años.
¿Conoce qué vínculos establece en esa larga estadía en Chile?
– Bueno, él afirma de puño y letra que, por esos cuarenta años de residencia, reconoce a Chile como su patria indeleblemente adoptiva. De hecho, durante esa permanencia escribe su gran tratado, en cuya primera dedicatoria se lee el reconocimiento a la Biblioteca Nacional de Chile.
En ese país se desempeña como músico de capilla en la Catedral de Santiago, como educador de músicos en varias congregaciones religiosas e instancias militares y muchos musicólogos locales lo citan como un gran aporte al desarrollo de la cueca chilena. Es también profesor de canto llano en el seminario pontificio chileno. Entre sus amistades en ese país destacan el clarinetista José Zapiola, el político independentista José Miguel Infante y la compositora y cantante Isidora Zegers, entre muchos otros nombres por cierto.
¿Posiblemente quedan composiciones suyas en Santiago, no? ¿Él hizo posteriormente recopilaciones de sus creaciones?
– Por supuesto que quedan muchas composiciones, porque esa fue una de sus más importantes labores. Sus obras se pueden encontrar en el Archivo Catedral de Santiago, en la Recoleta Dominica de Santiago, en el Seminario Pontificio Mayor y en el Archivo de Musicología de la Universidad de Chile. También han quedado obras suyas en Perú y en Bolivia. Hemos de recordar que fue el único compositor de un himno nacional que era natural de su propio país en Hispanoamérica. Por eso es considerado como uno de los más destacados de la época, es un creador más que recopilador.
¿Por qué retorna al Perú y qué innovaciones plantea en el Conservatorio Nacional de Música?
– Su retorno al Perú se da por primera vez en 1829 por apenas unas semanas, después lo hace nuevamente en 1841, ya licenciado. Entonces es que ofrece sus servicios como maestro de música mediante un anuncio en un periódico, pero al parecer no tiene mucha acogida porque pasados dos meses regresa a Chile, aunque está vez acompañado por Juana Rojas a quien hace su esposa. En 1855 se recibe en Lima su proyecto para fundar el Conservatorio Nacional de Música, el que reenvía en 1863, con ligeras modificaciones.
En 1864 regresa a Lima de forma definitiva, recibiendo el cargo de director de las bandas del Ejército del Perú y se le asigna una pensión vitalicia. Sin embargo, y muy desafortunadamente, su iniciativa de instituir un conservatorio no se cristaliza durante su tiempo de vida. Mi abuelo Pedro Alcedo Risco es el último descendiente reconocido por el Estado peruano.
¿Cuándo crea su metodología para acceder al conocimiento musical?
– En referencia a su metodología debemos citar aquí nuevamente al musicólogo chileno José Manuel Izquierdo, quien -a su vez- recuerda al coronel Zegarra, quien afirma: «Contaba seis años cuando ingresó por vez primera en un establecimiento de educación (…) a instancias de su padrino, abandonó las aulas cuando ya se iniciaba en los secretos de la gramática latina. El buen señor, que quería mucho al ahijado, no dejó de percibir que el joven era aficionado al canto y que retenía con tenacidad admirable lo que una sola vez oyera. Persuadir a la madre para que dedicase al niño a la música, y no a la medicina, como se había pensado, fue desde entonces su proyecto (…) convencida la buena madre, resuelta a seguir estos consejos, logró que el joven Bernardo entrase en el convento de los Agustinos, donde a la sazón florecía una acreditada academia dirigida por Fray Cipriano Aguilar».
En 1868 recibe la autorización para que sea impresa su obra «Filosofía Elemental de la Música» que publica al año siguiente; la obra le toma una dé escribirla. En el prefacio, Alcedo afirma que desde los 18 años se dedica a enseñar a niños y jóvenes, para quienes trata de dar el conocimiento necesario de la manera más sencilla. Se puede decir que desarrolla dicha metodología a lo largo de su carrera, la que ejerce desde muy temprana edad. Después de cuarenta años de actividad docente y muchas reflexiones, extiende esta enseñanza a no solamente el conocimiento de los elementos de la música, sino que también de su parte histórica.
¿En qué momento descubres esa obra y por qué decidiste reeditarla sumando tu aporte personal?
– La descubrí gracias a la musicóloga peruano-finlandesa Clara Petrozzi, con quien preparábamos obras de Alcedo para el 2021, año del bicentenario de la independencia del Perú. Me parece una idea oportuna reeditarla como un proyecto personal y familiar, hacerle una bonita impresión y carátula desde mi otra profesión que es la de diseñador. Cuando retorno al Perú con mi primera versión me entero de que ya el Conservatorio Nacional de Música había gestado su reedición, lo cual me parece excelente, pero yo ya tenía mi carátula de un diseño que me inspiró uno de sus dibujos didácticos, actualizado claro con color y con la geometría andina.
Hablamos del 2019, quedan aún dos años para el bicentenario, por lo que considero que tengo tiempo para sacar mi versión del libro con estos aportes personales del color, las afinaciones, investigaciones y descubrimientos, haciendo uso de las antaras de la cultura Nazca y la semiótica del diseño andino precolombino. Es así como desarrollo un método acompañado de doce láminas explicativas, algunas de su tratado con diseño actualizado, otras propios y una del maestro Orlando Sánchez, compositor, pianista saxofonista cubano, quién comparte su aporte con el Sistema Armónico Complementario para armonización y composición proveniente del jazz.
También presento allí tres artículos: El antecedente arqueológico del siku, Antaras Nazca, del musicólogo Carlos Mansilla; y otro sobre la relación entre la Cruz del Sur y la escala mayor musical, por Kurmi Milla, nieto del arquitecto Carlos Milla Villena, autor de «Génesis de la Cultura Andina», donde se presenta por primera su vez en su obra galardonada el estudio de la Chakana en la arquitectura andina; y -finalmente- una referencia sobre el sikuri y algunas “Recomendaciones para que una tropa perdure y florezca en el tiempo”, de Juan Santos. De esta manera, bautizamos como «Takilka» el sistema como método andino, debido a todas estas fuentes.
¿Consideras importante recoger los conocimientos de nuestros antecesores andinos?
– Es fundamental, porque nos da una sólida identidad, nos trae al presente una sabiduría ancestral de gran relevancia. Esto debiera inspirarnos para seguir creando, investigando y componiendo; usando estas escalas musicales, las que recibimos como responsabilidad y herencia, además de ponerlas en práctica. En mi caso, por ejemplo, también como músico comunitario sikuri.
¿Cómo se puede adquirir «Takilka»?
– El libro se puede adquirir a través de la Escuela Intercultural Andina Kontiti en Lima, Perú, contactando al correo zkontiti@hotmail.com También en la editorial Acuedi, a través del e-mail acuediperu@gmail.com La tercera alternativa es la tienda de instrumentos musicales Alcedo Taki
Tomado desde el Canal de Youtube de FinlAndino Pletórico
* Consultar aquí catálogo de José Bernardo Alcedo
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