Por María Luz Crevoisier, desde Lima, Perú.
En el tercer milenio, Cusco deja de ser aquella comarca pausada por donde trajinan campesinos vestidos a la usanza de sus pueblos, arreando llamas cargadas con productos diversos. Ahora, nuevos aires llegan con aquellos monstruos de metal y fantasía llamados «transformers», traídos desde el lejano Hollywood.
Ya no es tampoco la ciudad que cobija los afanes y sueños literarios de doña Clorinda Matto de Turner o las historias críticas de Narciso Aréstegui, autor de una de las primeras novelas peruanas, «El Padre Horán», editada por capítulos en el diario El Comercio de Lima desde el 21 de agosto al 30 de diciembre de 1848.
Cusco hoy es en uno de los atractivos del turismo universal y en la ciudad dejan de escucharse las voces de Trinidad María Enríquez, primera mujer que ingresa a una universidad en América en 1875, así como las polémicas oratorias de Mariano Mendizábal Avendaño. En décadas posteriores son intelectuales destacados Luis Ángel Velasco, la abogada Rosa Rivero, Julio Gutiérrez Samanez, el Pato Latorre y Luis Nieto, el famoso “Cholo” Nieto, creador de un intenso verbo mestizo.
En esta etapa de cambios, aparecen nuevos nombres en las letras y nacen publicaciones como en el pasado lo son importantes revistas tales como Tradición o la editada por el Instituto Americano de Arte. En su reemplazo surge en los años 90 Sieteculebras, revista emblemática hecha a fuerza de talento, dedicación y espíritu emprendedor por el escritor Mario Guevara Paredes. Acaba de cumplir treinta años de continuidad, un récord en un medio donde las revistas nacen y mueren casi al mismo tiempo.
Finalizando el siglo XX y a inicios del XXI, se han impuesto algunos nombres en las letras cusqueñas, como Pedro Ugarte Valdivia, Mario Guevara Paredes, Enrique Rozas Parravicino, Karina Pacheco, Arelí Araoz y el ya citado Luis Nieto Degregori. Cada uno con una interesante serie de títulos en cuento y novela.
Escritor prolífico
De los nombrados, escogimos a Luis Nieto Degregori (Cusco, 1955) por su especial trayectoria. Estudia Literatura y Lingüística en la Universidad de la Amistad de los Pueblos de Moscú Patricio Lumumba.
Después de nueve años de recorrer Rusia, España y Francia, retorna al Perú y es nombrado catedrático en la Universidad Nacional de Huamanga, trabajo que le permite ser testigo de la violencia terrorista. Esta circunstancia lo inicia en la narrativa con “Harta cerveza y harta bala”, “La joven que subió al cielo” y “Como cuando estábamos vivos” publicadas en los vertiginosos años 80.
En 1993, obtiene el Copé de Oro en la VII Bienal de Cuento Copé de Petroperú, con la narración “María Nieves”. Ese texto junto a “Gabrielico, ángel del demonio” -que obtiene el primer lugar en el concurso de cuentos César Vallejo, organizado por el suplemento dominical del diario El Comercio de Lima- pasan a formar parte del libro de cuentos “Señores de estos reynos” (1994). Se da una tregua y publica la novela “Cuzco después del amor” (2003).
Haciendo una retrospectiva histórica y llegando a los siglos XVI y XVII, toma el caso de la poderosa familia Esquivel, a quienes retrata en la novela “Asesinato en la gran ciudad del Cusco” (2007). Después, hace un viraje hacia los temas sociales, plasmando “El Guachimán” (2008), que llega al cine tres años después.
A partir del 2006, sorprende a propios y extraños derivando su narrativa hacia el mundo infantil y juvenil. Desde el 2006, Lucho Nieto se convierte en un particular creador de cuentos como “Pepe, Pipo y Pepo y la laguna misteriosa» (2006), “Lucas y el caso del anillo desaparecido” (2012), “La venganza de los dioses moches” y “Vacaciones en Sicuani” (2016).
De lo que no queda duda es que Nieto, quien también llega a ocupar el cargo de director de la Dirección Desconcentrada de Cusco, es un escritor prolífico.
¿Cómo ha evolucionado la narrativa en Cusco? Porque solamente tenemos dos literatos íconos, Narciso Aréstegui y Clorinda Matto en el siglo XIX, quienes preceden a Mario Guevara, Karina Pacheco, Enrique Rosas Paravicino y a ti mismo. ¿Hubo un estancamiento de décadas hasta llegar a ustedes a finales del siglo XX?
– Sopesar el valor de las literaturas regionales es un asunto delicado que hay que dejarlo en manos de los especialistas y también del tiempo. En todo caso, un criterio a tomar en cuenta quizás sea el que en su momento planteó el lingüista francés César Itier al estudiar la producción teatral en quechua en el Cusco del primer tercio del siglo XX: compaginar el valor estético de las obras literarias en cuestión con su impacto social.
En ese sentido, en la literatura peruana es cada vez más importante el lugar que ocupa la obra de Clorinda Matto de Turner, no sólo como una de las primeras autoras indigenistas sino que tambiéncomo precursora de la literatura escrita por mujeres y del rescate de la lengua quechua.
En esta misma línea, para mediados del siglo XX, es importantísimo revalorar la labor de rescate del cuento oral quechua que realiza el padre Jorge A. Lira, con libros como «Tutupaka llaqta», «Isicha puytu» y «Cuentos del Alto Urubamba». Sobre los escritores que mencionas en tu pregunta -y que actualmente nos encontramos en actividad- me parece que es pronto para emitir un juicio sobre la trascendencia de nuestra obra literaria.
¿Qué ha cambiado y qué ha quedado intacto entre estas dos etapas? ¿Sigue siendo una narrativa puramente localista o ya se enmarca en una visión más global, tomando en cuenta la gran afluencia de extranjeros y el auge del turismo?
– La narrativa que se hace actualmente en el Cusco se enmarca dentro de lo que se ha venido a llamar «narrativa andina» en oposición a la «criolla». Los escritores andinos destacan, entre otras cosas, por su interés por el cuento y la novela históricos, el temprano tratamiento del tema de la violencia política y una visión muy abarcadora de la realidad peruana.
Cabe puntualizar que el universo representado puede ser el rural y el indígena, pero ya no como componente básico pues la andina es una narrativa predominantemente urbana y mestiza en la que Lima, como foco de atracción de migrantes de los diversos estratos sociales provincianos, ocupa un lugar preferente, casi igual o más importante que el de las pequeñas y grandes ciudades de la sierra del Perú.
¿Cómo influye el terrorismo en los nuevos autores en Cusco? ¿Se suman a la ola de esa narrativa surgida a nivel nacional? ¿Quiénes la desarrollan?
– Sí, como ya lo comentaba, los escritores cusqueños muestran un interés muy temprano por el tema de la violencia y de hecho empiezan a publicar cuentos y novelas sobre este asunto cuando Sendero Luminoso está en plena actividad. Es el caso de Enrique Rosas Paravicino, Mario Guevara, Jaime Pantigozo y el mío propio. Este interés, por lo demás, no ha menguado, como lo muestra la producción literaria de Karina Pacheco, con amplia repercusión a nivel nacional.
Tus primeros escritos se basan precisamente en esa violencia por haber sido testigo de ella en Ayacucho. ¿Es difícil desembarcarse de esa temática?
– El tema de la violencia no lo he vuelto a abordar después de mis primeros libros y por ahora no sé si vuelva a hacerlo. De lo que sí estoy seguro es que un asunto que no abandono es el de las facturas étnicas y culturales de la sociedad peruana. Si algo me he propuesto es tratar de socavar con las armas de la ficción ese relato, hegemónico hoy, del Perú como una sociedad mestiza y del mestizaje como un proceso armonioso.
Tienes una identificación muy grande con el Cusco, su historia y tradiciones. ¿Crees que es importante en un escritor esta identificación con el lugar de sus orígenes?
– Plantearía las cosas de la manera opuesta: el Cusco es una ciudad tan rica en historia y simbólicamente tan importante para el Perú y América como el escenario de encuentro y choque de dos culturas, la andina y la europea, que están en el origen de nuestras naciones, que resulta imposible retrotraerse al tratamiento de su pasado en la ficción literaria. Hacer narrativa histórica desde el Cusco implica indagar en las fracturas y conflictos que hasta el día de hoy son determinantes en la nación peruana y en la patria americana.
¿Y cómo es el salto que das hacia la narrativa infantil? Porque -desde afuera- parece que los parámetros y motivaciones son distintos a los temas que te interesan anteriormente…
– Incursiono en la literatura infantil a instancias de uno de los editores con el que estuve trabajando y disfruté mucho el escribir para niños. La temática que abordo, sin embargo, no siempre es muy distinta de la que caracteriza mis novelas y cuentos. Tengo predilección por los temas de nuestro pasado precolombino, particularmente la mitología moche, así como por los mitos y leyendas de la sierra del Perú.
¿Qué se busca al escribir para niños y adolescentes?
– Por supuesto que lo primero es contar historias que despierten su imaginación, que atrapen su interés. Para ello, es importante el ejercicio de ponerme en los zapatos de los jóvenes lectores y de mirar el mundo con sus ojos. Al mismo tiempo, trato de familiarizar a los pequeños con algunas de las civilizaciones más importantes que se desarrollaron en suelo peruano antes de la llegada de los europeos y con las leyendas, mitos y tradiciones de raíces precolombinas que todavía siguen vigentes entre nuestros pueblos.
¿Vas a volver a los temas sociales como «El Guachimán»?
– Pienso que los temas sociales y los históricos siguen siendo los predominantes en mi creación literaria. De hecho, actualmente está en imprenta una novela mía sobre la relación entre el cronista indio Felipe Guaman Poma de Ayala y el cronista español fray Martín de Murúa.
El primero fue ayudante del segundo y dibujó la mayor parte de ilustraciones que acompañan la «Historia General del Perú» del fraile mercedario originario del país Vasco. Además, en parte con dibujos parecidos Guaman Poma ilustra su famosa «Nueva crónica y buen gobierno».
En la novela que comento trato de entender cómo un indio se apropia de una herramienta como la crónica para dar su propia versión del pasado incaico y, sobre todo, de la conquista y las primeras décadas de la colonia.
* Tomado desde el canal Youtube de la Biblioteca Nacional del Perú
1 Comment
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Hay un error la periodista ha confundido el nombre de mi padre el escritor y periodista Julio G. Gutiérrez Loayza (Cusco 1905-1993) con mi nombre Julio Gutiérrez Samanez. Este error ya vengo corrigiendo en varios trabajos publicados en Internet, como en una monografía sobre Apurímac, en la que recuerdan un estudio sobre el santuario de Cocharcas, publicado por mi padre antes de 1950, y me lo atribuyen erróneamente. JAGS