El jazz constituyente y el rechazo a escuchar

(*) Miguel Vera-Cifras

Hace poco fuimos con Jasmín del Amanecer a la feria persa del Parque de los Reyes en Santiago y cuando ya íbamos de salida, dimos con un hermoso y curioso vinilo: Jazz Para Los Que Odian El Jazz (RCA Victor, AVL-3148).  Un disco que al vendérnoslo el muchacho que lo había comprado en Uruguay nos dijo: «Gracias, porque con este dinero me ayudan».

No es común que en la transacción monetaria se escuche tan aneconómico agradecimiento, excepto en la feria comunitaria, en donde el trueque tiene todavía ese aroma solidario y humano que el mercado ha cancelado. También le agradecimos por permitirnos acceder a la placa efectivamente editada en Uruguay (aunque prensada en Argentina) a mediados de la década de 1950 y que evidencia el deseo de cautivar a muchos oídos blancos que aún por esa época rechazaban el jazz.

Tal repudio aparece representado en la carátula del LP mediante una elocuente imagen: un señor de frac se tapa los oídos para no escuchar, mientras su esposa cierra los ojos para no ver. Se trata de la cancelación aural de la otredad del jazz. No se quiso escuchar aquello que, siendo nueva música, se descalificó como ruido, inmoralidad, violencia y odiosidad, argumentando que tal expresión perturbaba gravemente la tranquilidad y valores de la familia blanca tradicional.

Impedir su escucha, cerrarse en el autismo conservador para no oír al otro, resulta ser siempre un acto violento. Sin embargo, en esa época se juzgó que la violencia provenía de la cultura negra al no respetar los parámetros culturales blancos imperantes y manifestar, además -según la hegemonía yanqui- una actitud rencorosa, vengativa y odiosa.

Sin ir más lejos, en 1927, ante la visita de Josephine Baker a Chile, nuestra Gabriela Mistral (racismo mediante) se había referido a esta bailarina y cantante negra de jazz como una “mona” portadora de “ritmos bestiales” provenientes del “sótano hediondo de lo negrero”, aludiendo luego a una «curiosa venganza de los negros sobre los ingleses de Norte América». La retaliación (respuesta de castigo o venganza) atribuida al subalterno no era nada nuevo.

Algo similar se había dado 80 años antes y en otro contexto cuando, en referencia a los indios, la voz del argentino Domingo Faustino Sarmiento dijo (en 1884) que incluso los más pequeños indios tienen «ya el odio instintivo al hombre civilizado». Y es que de alguna manera, como señala Paulo Freire, para los opresores «son siempre los oprimidos […] los que son desafectos, ´violentos´, ´bárbaros´, ´malvados´ o ´feroces´, cuando reaccionan a la violencia de los opresores».

Excluyentes defendiendo la inclusión

Podría decirse -entonces- que hay, a lo menos, dos formas en que el sistema constituido repudia y descalifica al otro: una es atribuyéndole la rabia o el rencor como único motor de sus acciones; y la otra es colocándolo como el enemigo interno que viene a amenazar la paz y la prosperidad del status quo.

El jazz supo temprano (como hoy los migrantes, los pobres, las mujeres y las disidencias de género) de ambas descalificaciones cuando se asimila su música con la negritud como cualidad animal o salvaje, expresada en sonoridades y bailes des-calificados como ruidos molestos y contorsiones libidinosas; prácticas promiscuas que venían a violentar la moral conservadora de la sociedad blanca norteamericana. El ruido escandalizó (y fascinó) a sus oídos puritanos.

El oficio de «garzón de ruidos» fue puesto obligado en las primeras orquestas de jazz negras, donde un jocoso sonajero de cencerros, claxon, carcajadas y herramientas de trabajo eran parte del espectáculo. El ruido del enemigo interno fue, al igual que hoy, insoslayable, pues formaba parte de su inesperada visita, siempre inoportuna y anacrónica, tal como ocurre hoy con la otredad constituyente frente al próximo plebiscito, que el sistema político chileno intenta conjurar mediante la fórmula de una «cocina partidista» bien montada y condimentada en la olla mediática donde la propaganda derechista calienta y resuelve su asechanza y donde se le achaca a la opción APRUEBO el estar motivada exclusivamente por la rabia y el odio; reservándose para sí, de manera auto-complaciente, la causa del amor.

Pero monopolizar el amor es enjaularlo y prostituirlo, convertirlo en una ave rapaz que mata a su presa por debajo o detrás, como un proyectil violento cuyo vuelo pierde su libertad para, mediante la vil cetrería política, convertirse en bala que mata a la paloma en pleno vuelo.

Mala cosa. A esto llegamos, a esta imagen patética en pantalla: los excluyentes defendiendo la inclusión; los inquisidores, la libertad de expresión; los verdugos cantándole al amor y los asesinos enarbolando la vida. Así es cómo el poder estuca el cielo para enterrar el sueño.

Pero sepan quienes ahora esconden el puñal y toman las vestimentas de sus víctimas para disfrazarse de adalides del consenso, que más temprano que tarde, cuando abandonen su disfraz, quedará al descubierto la abyección que escondía su canto al amor. No habrá coro, entonces, que los defienda ni los siga ya más; no habrá armisticio que los exima del desprecio final.

Porque todo aquello que hoy parece fuera de lugar, precipitado o impertinente, resultará finalmente parte del jazz que baila la historia cuando ésta improvisa y se adelanta con su síncopa vital, con ese aliento que viene desde y sobre otro ritmo y tiempo, jugando con nosotros para desplegar (a los oídos que se abren) el delicado y amoroso susurro de lo imposible.

(*) El autor es  escritor y musicólogo. Condujo durante más de veinte años el programa Holojazz en radio Universidad de Chile.  – Visita el perfil de Vera-Cifras en Facebook

0 Comments

Leave a reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*