Astrónoma chilena María Teresa Ruiz: «La certeza del fin obliga a seguir empujando las fronteras del conocimiento»

“Oh anciana, anciano, doncella y joven de la Tierra de Arriba/ en vuestro azul se regocija mi sangre” dice un verso de “Hablando con la gente de la tierra de arriba”, del reconocido poeta mapuche Elicura Chihuailaf.

El ejemplo lírico permite entender a cabalidad la importancia que el universo tiene en el desarrollo del ser humano.

Por eso, la generación de astrónomos chilenos de la que forma parte María Teresa Ruiz debe ser digna de un gran reconocimiento nacional. Con todo en contra, desde mediados del siglo XX hacen un aporte valiosísimo al desarrollo de una línea científica que no tenía por dónde fructificar en Chile, país lejano, pobre y con muchas necesidades básicas.

Dentro de ese contexto, el caso de la experta brilla por sí solo. Porque -además de los problemas descritos- Chile es una sociedad claramente machista. Y si aún este concepto existe en nuestros días, hay que pensar cómo era décadas atrás.

Ruiz no sólo era parte de un grupo de científicos “locos” que buscaban cosas “estrafalarias” para desarrollar su carrera, como muchos pensaban/piensan sobre estos investigadores en el ámbito público y privado, sino que –además- era una de las pocas mujeres que estaba ahí.

Fue la primera licenciada en Astronomía de la Universidad de Chile, la primera mujer -de cualquier nacionalidad- en obtener un doctorado en Astrofísica en la universidad estadounidense de Princeton y la primera investigadora en obtener el Premio Nacional de Ciencias el año 1997.

En la actualidad, encabeza el Centro de Excelencia en Astrofísica y Tecnologías Afines (Cata), compuesto por la Universidad de Chile como institución albergante y las universidades Católica y de Concepción como asociadas.

No es exagerado decir que ella tiene mucho que ver en que una instancia como esta exista en el país: se trata de un espacio de total vanguardia en la materia.

Desde el Departamento de Astronomía de la Universidad de Chile, su generación pudo profundizar lo que profesores adelantados como Federico Rutllant entendían en los años 50: los cielos chilenos son una ventana privilegiada hacia el universo.

Por eso, el reconocido maestro y otros colegas se contactan con diversos centros de estudio extranjeros, especialmente estadounidenses, buscando acuerdos de trabajo.

Fruto de esa dinámica surgen observatorios como Cerro Calán (Santiago), El Tololo (Vicuña) y La Silla (La Serena). Algunas décadas después, comprobada ya la idea de expertos como Rutllant, los centros europeos y asiáticos (especialmente japoneses) se contactan directamente con el Estado de Chile, saltándose a sus pares científicos.

Así, se acuerda la construcción y administración de megaobservatorios sin considerar la presencia de astrónomos nacionales. María Teresa Ruiz y sus colegas dan una intensa lucha para convencer a la clase política sobre la trascendencia para el país de que los expertos chilenos cuenten con acceso a esas instalaciones.

Noche estrellada en Observatorio La Silla – ESO – H. Dahle

Con la experiencia científica y el conocimiento que tienen los astrónomos ¿cuál es la perspectiva que tienen de la vida?

– En mi caso personal he desarrollado una tendencia a ver las cosas en perspectiva, mirar la contingencia como un fenómeno histórico que –eventualmente- desemboca en algo, ojalá positivo, que aporte a la evolución de nuestra especie en el planeta.

En cuanto a los temas cotidianos, ayuda a ponerlos en su justa dimensión: Somos residentes pasajeros en un planeta hasta aquí muy generoso, pero que hay que cuidar, ya que -por ahora- no tenemos otro espacio donde prosperar como especie.

Si tanto el hidrógeno como el calcio presentes en el ser humano provienen desde las estrellas, ¿en qué parte del camino para conocer los secretos del universo nos encontramos como especie?

– La verdad, es difícil decirlo. Si bien sabemos que la materia con la cual estamos hechos es producto de la evolución del universo, lo conocemos hace muy poco. Una de las cosas que me ha dejado la ciencia es que cada vez que se responde una pregunta, se abren otras cien. En ciencia lo cierto es muchas veces pasajero.

El modelo con el que hoy nos explicamos el universo se basa en interpretaciones que nos damos a partir de lo que vemos. Y las herramientas que hemos desarrollado para eso están dadas por nosotros mismos, las matemáticas, el cálculo y la física, entre otras.

Por ello, la ciencia es más limitada de lo que parece. Sólo avanza en la medida que se generen diálogos, con una dinámica que tiene una regla de oro incuestionable: no deben existir actos de fe.

Si mañana se descubre que la Teoría de la Relatividad estaba incorrecta, habrán más científicos contentos que enojados. Sólo así se progresa, sabiendo que las cosas siempre evolucionan y pueden cambiar.

Si hubiese que plantear tres cosas básicas que hoy se entienden muy bien -y antes no- que resultan vitales para el desarrollo de la especie humana, ¿cuáles serían, a su juicio?

– Lo primero, que las estrellas son las que fabrican, mediante reacciones nucleares, todos los elementos químicos que conocemos, muchos de ellos son parte de nuestro propio cuerpo. Somos hijos de las estrellas.

Segundo, conocer el proceso de evolución de las estrellas nos permite saber cuál será el futuro del sol, que en 5.000 millones de años más habrá muerto y mucho antes, en unos cientos de millones de años, se habrá calentado tanto que la vida en la Tierra va a ser imposible.

Y tercero, saber que existen sistemas planetarios que giran en torno a las estrellas, que hay 100.000 millones de estrellas en nuestra galaxia y más de 100.000 millones de galaxias en el universo, hace muy extraño asumir que seamos el único planeta con vida en el universo.

¿Cómo impacta en la tarea del astrónomo saber que todo tiene un inevitable final?

– La certeza del fin obliga a seguir empujando las fronteras del conocimiento, ampliando el ámbito de la vida -incluso de manera eventual- hacia otros mundos.

Está comprobado que desde su nacimiento, el sol ha elevado constantemente su temperatura en un proceso paulatino y que va a llegar a ser tan alta que toda el agua de la Tierra se va a evaporar para formar parte de la atmósfera, que es lo que ocurre en Venus, en donde hay 400 grados en la superficie y una atmósfera tan densa que caminar allí es como hacerlo a mil metros bajo el agua. Eso va a pasar en nuestro planeta.

Sin embargo, aunque el fin esté determinado, vale la pena seguir investigando. La ciencia trabaja con lo inédito, generando siempre nuevo conocimiento, aunque no algo concreto necesariamente.

A pesar de eso, perderíamos la batalla como especie si dejamos de investigar y preguntarnos respecto de lo que no conocemos y no sabemos. Esa mecánica del pensamiento complejo, más que el dinero, es lo que asegura un futuro mejor frente a lo inevitable.

¿Cómo se ubica hoy el ser humano en medio del universo?

– Los seres humanos somos –hasta ahora- lo más complejo que ha fabricado el universo y nos encontramos a la vanguardia. Con cada segundo que pasa, inauguramos un nuevo tiempo, todo lo que observamos en el universo es pasado, la luz sólo nos trae noticias viejas.

Somos el resultado de una larga evolución, en la que han madurado distintos procesos. Una de las últimas consecuencias de esas transformaciones es la formación de la vida.

Aunque las condiciones para eso sólo se dieron aquí -y no en otro rincón del sistema solar- lo más probable es que existan varias o muchas estrellas con condiciones similares. Se trata sólo de argumentos de lógica, sin ninguna evidencia.

Pero sentirse parte de una historia común, ya no sólo de la humanidad, sino que de otras posibles vidas, es algo muy potente.

A pesar de que sólo hemos sido capaces de subrayar nuestras diferencias, somos muy semejantes: los seres humanos estamos hechos todos de la misma materia.

Usted ha dicho que Chile es “La Meca” de la astronomía ¿cómo describe el nivel de esta ciencia hoy en el país?

– Se está desarrollando muy bien, con nuevos grupos de investigadores en distintas regiones, que alcanzan niveles muy altos, tanto en calidad como en cantidad de trabajos. La gran ventaja es que nuestros laboratorios, comunes a todos los astrónomos chilenos, son los observatorios internacionales más poderosos del mundo.

Nuestro futuro en esta materia es realmente brillante. Si es que generaciones como la mía implican un salto en el desarrollo astronómico local, me tiene muy contenta que los nuevos estudiantes aportan un sólido avance en ese proceso.

(*) Esta conversación es parte de la entrevista a María Teresa Ruiz publicada en la edición No21 de Cultura y Tendencias en papel (noviembre 2017)

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