Cuando Francisco Sazo se reunió con un grupo de amigos de Quilpué que tocaban temas del grupo Shadows, nunca pensó que estaba haciendo historia.
Patricio, Fernando y Sergio González conformaban un trío de hermanos inquietos que desde el año 1964 sentían las pulsaciones del rock en el cuerpo. Pero cinco años después se dieron cuenta de que había talento de sobra como para hacer cosas propias.
Sazo apareció justo en ese momento y se convirtió en vocalista y autor de letras, siendo así como se empezó a tejer la trama de uno de los grupos más importantes del cancionero popular chileno.
Bajo el nombre de Congreso los noveles músicos quisieron simbolizar su espíritu aperturista e incorporativo de pensamientos y culturas, pues al rock le sumaron instrumentos indígenas y miradas claramente latinoamericanas.
Esa experiencia lleva ya 45 años activa y, a pesar de todas las dificultades, con bríos de continuidad en el complicado camino de la independencia.
Con casi una veintena de trabajos, rica en matices, poderosa en letras profundas, por las filas de Congreso han pasado los músicos más destacados del país (Joe Vasconcellos, Ernesto Holman, Renato Vivaldi y Jaime Vivanco, entre muchos otros) y los que aún permanecen en él acumulan una experiencia y un conocimiento tales que servirían para hacer –como dijo el inefable Ricardo Montaner, luego de escucharlos en Viña durante el año 2005- una “universidad de la música”.
Alguna vez comentaste que el concepto del grupo era como una frase del poeta Jorge Tellier: “Mi poesía no es para mí ni para ti, sino para la niña que nadie saca a bailar”…
– Sí, creo que esa ha sido la clave de Congreso. Todos en la vida alguna vez somos esa niña que nadie saca a bailar. Los viejos se vuelven más viejos, se te caen los dientes; los jóvenes son ultrajados por una sociedad que los comprende mal o les pone prisa para que entren al sistema; las mujeres son maltratadas por un machismo antiguo; no hay reconocimiento a las diferencias sexuales, todavía hay gente que no puede decir que es homosexual; en fin, todos somos la niña que nadie saca a bailar, entonces llega el momento en que uno quiere estar al medio de la foto.
Y eso es lo que a veces nos gusta captar como grupo, temas o personajes que no siempre están en la canción popular, de la forma en que la industria cultural entiende a la canción popular.
“La loca sin zapatos”, por ejemplo, es la historia de una persona que quiere bailar, que quiere ser famosa y quiere salir en la tele, en una alegoría de los sueños que venden los medios de comunicación.
Muchas de nuestras canciones son reflejo de esos enamoramientos pasajeros que uno tiene en la vida con personas o con sueños y que tan bien describe Teillier en su poesía. Yo nací en Quilpué, una ciudad de boxeadores fracasados y eso es lo que somos todos.
Todos queríamos escribir un libro, no pudimos; queríamos que nuestros hijos, no sé, llegaran al Everest, pero se cansan cuando salen a la esquina; en fin. Esa es la vida cotidiana. Y lo que hemos buscado es transformar la vida cotidiana en un sujeto de reflexión. Creemos que, dentro de todo, es una tarea bonita.
¿ Y qué se puede seguir esperando de Congreso?
– Aunque suene cliché, lo cierto es que ojalá podamos seguir maravillándonos nosotros mismos con lo que hacemos, de manera que con ese entusiasmo podamos maravillar a otros. Si eso no pasa, mejor es irse para la casa.
Hay que seguir haciendo discos y seguir creando cosas, seguir componiendo y seguir buscando nuevos caminos.
¿Cómo se sobrevive en un país en donde no hay una dinámica pública que fomente cien por ciento la cultura y en donde el mercado, como dijo una vez un presidente, es tan cruel?
– Creo que estamos creciendo de a poco. Me parece que el Estado se está preocupando algo más de lo que ocurría años atrás, pero –claro- siempre es insuficiente. Y lo veo sobre todo para los jóvenes.
Los tipos que quieren dedicarse a la música hoy tienen muchos medios técnicos, pero muy pocas maneras de llegar al público. Y eso es básico: la música y la poesía secretas no existen. Los grupos deben mostrarse para ser evaluados.
En el caso nuestro, por ejemplo, todos tenemos otro oficio y, además, tenemos “doble militancia”. La mayoría de nosotros somos profesores universitarios, muchos tocan en otros grupos y me parece que ese es el camino del mundo independiente.
Ser artista hoy es algo muy, muy difícil. Realmente me descubro ante los tipos que lo han hecho, que se la han jugado toda su vida y que aún están en eso.
¿Y esa dinámica de compartir con otras agrupaciones y actividades ha potenciado o ha debilitado a Congreso?
– Es que los hombres no somos criaturas unidimensionales. Creo que esa dinámica le hace bien a toda experiencia humana, se traen aromas de otras casas y eso va enriqueciendo la convivencia y la creación.
Es un poco lo que decía un famoso entrenador de fútbol, no me acuerdo si Jorge Valdano o César Luis Menotti, cuando le preguntaron una vez qué les exigía a sus jugadores y dijo “que lean poesía”. O sea, se trata que mientras más ventanas tenga uno, hay más paisajes.
Ahora, claro, si eso va separando a la gente al final no es bueno, obviamente todo tiene que ser dosificado.
Pero a pesar de ese periplo independiente y de la complejidad de ser artista en Chile, lo cierto es que no se puede decir que Congreso no sea una agrupación poco conocida por el público…
– Ah, no, por supuesto que no… La verdad es que somos muy reconocidos. En los recitales hasta yo me maravillo de eso y es que, claro, ya estoy en la edad de la vergüenza ajena al verme arriba de un escenario.
Es una especie rara de desdoblamiento, sé que todo artista es histérico desde el punto de vista psicoanalítico. Pero me veo en un escenario y digo “no, no puede ser”, después me meto en el recital y no hay problemas, pero siempre estoy muy nervioso antes de entrar a cualquier presentación, me da un cosquilleo, pero la gente -de todas las edades y de todos los grupos sociales- que va a nuestras presentaciones nos da un apoyo muy poderoso, que sirve para reconfortarse y dar gracias por ese aprecio.
A mí me paran en la calle, a veces me dicen “estuviste bien” o en otras oportunidades me paran para sacarme la madre, pero todo eso lo hace crecer a uno, te hace manejar el ego de manera equilibrada…
Y es algo que, dado el contexto que comentamos, no deja de ser meritorio…
– Sí, creo que es algo muy bueno, que se premie el hecho que un grupo tenga 45 años. Hay un reconocimiento a la edad, al peso de los años.
Tú eres filósofo y desde ese punto de vista me gustaría saber cómo evalúas las letras de la canción popular hoy en el país y su reflejo de la realidad.
– Hay varias tendencias. Lo más cercano es la descripción de estados de ánimo. Aún tenemos la visión de los años 70, que es la tentación de ser buenos para mandar recados, en el sentido de que hay un mayoritario tipo de letras en el que hay una suerte de adelantado que cuenta su verdad y que dice qué hay que hacer.
Pero si analizamos de manera más amplia, nos encontramos con que –más allá de lo que se toca habitualmente en las radios- hay una multiplicidad de voces que necesitan expresarse, con temas que no siempre son pensados.
Por ejemplo, creo que hay que escuchar muy atentamente las letras del hip hop; hay que sentarse a escuchar a Mauricio Redolés, uno de los grandes poetas chilenos contemporáneos, que siempre ha entregado un diagnóstico crudo y potente de nuestra realidad, trabaja en las cárceles, tiene definitivamente otro pálpito; hay que ponerle atención a Álvaro Henríquez, ese tema que hizo con Los Pettinellis que es de garabatos más de alguno puede decir que hay ausencia de letra, pero es justamente lo contrario; nosotros mismos tuvimos la suerte de grabar algunas letras de Nicanor Parra.
En fin, creo que en materia de letras hay material para “bañar yeguas”, como dicen en el campo.
Lo que creo que dificulta de repente al público es creer que la letra de una canción es una vida completa. Lo cierto es que, para mí, lo importante de una letra y de una buena melodía es que cuenten una historia que suene auténtica, no que haya sucedido, si no que logre involucrar a quien escucha y que le haga una propuesta, que lo deje maravillado.
¿Cómo observas el tema de la duración de las bandas hoy? Los Prisioneros se separaron no con pocos traumas, Los Pettinellis no duraron más que un disco, en fin, ustedes -en cambio- muestran lo contrario…
– Bueno sí, somos contemporáneos de Los Jaivas, venimos en realidad de un tiempo hippie, pero después de eso nos tocó un tiempo duro, la dictadura y, claro, esa cuestión te marca.
En general, creo que hoy existe una especie de prisa, de llegar luego; las mismas sustancias que toman los jóvenes tienen que ver más con la ansiedad que con la paz interna, se quiere entrar luego a pololear, a vivir experiencias.
Yo más bien me considero un cuma de plaza, un tipo de estación de tren que llega temprano, pero que le gusta ver cómo se sube la gente, cómo se baja. Y es que, en general, el carácter del artista es muy fuerte, vive a concho y choca con muchas cosas. Un grupo musical es una extraña alquimia, que a veces resulta.
Tiene que haber un tronco que dé un alero sí: es mejor cuando un grupo se conoce desde pequeño, aunque para ver –por ejemplo- el caso de Los Prisioneros, hay que considerar otros elementos muy ajenos, gente de afuera que entra al baile.
Lo común es que en los grupos se genere una normal codicia, que empiece a picar el bichito de hacer cosas solo, de que el centro eres tú, en fin, y se olvida de dónde saliste.
Ustedes han logrado sobrevivir a estas cosas…
– Hasta ahora, la verdad. Hemos tenido peleas como debe tener un buen matrimonio. Pero creo que la clave es trabajar, producir cosas nuevas, ensayar siempre, investigar.
Un buen sistema para conjurar las arrancadas de tarro es nunca creerse el cuento. Saber que estás bien, pero jamás llegar a decir “después de nosotros, el diluvio”. Siempre hay alguien que te va a enseñar algo, sobre todo en música popular.
Tilo González, el compositor musical del grupo, dijo una vez a la prensa que la música de Congreso era “un pastel no conocido”, en el sentido de que la propuesta del grupo gusta “pero no sale en la tele”…
– Sí, creo que tanto a la tele como a la radio le hace falta la manera de educar a las personas. Y eso se puede hacer siempre en formatos divertidos, distintos, como -por ejemplo- presentar grupos antiguos con grupos nuevos, lo que sería una muy buena alternativa de mostrar que la música es un proceso y que se va renovando y repotenciando cada cierto tiempo.
A la gente que está a cargo de la música en los medios le hace falta escuchar los discos completos, leer las letras, todo es muy superficial.
En Congreso a veces tenemos unos guiños que van de canción a canción, de disco a disco, hay una doble risa, hay un ridiculizarnos o maravillarnos dentro de la misma producción, es cierto que se nos ha escuchado poco en los grandes medios.
Pero, bueno, está bien, tampoco uno puede pretender “pucha, quiero ser masivo”. Claro que sería una maravilla, pero todo tiene sus afanes, el público, la vida, la creación… La música de repente tiene ese lado orillero que se debe recorrer.
En ese sentido, soy como como una especie de sabio oriental, creyendo que las cosas deben suceder así. Pero, claro, por otro lado la gente a veces a uno le pregunta “en qué está Congreso que no sale en la tele”. Lo cierto es que la tele para perdurar necesita repetir muchas cosas y eso te hace ser claro en el sentido de mantenerte crítico al sistema, de saber sorprender y también sorprenderte, porque que si no las cosas dejan de tener su peso.
Comparto la idea que tienen algunos músicos norteamericanos y europeos que piensan que lo que mató realmente a la música fue el video clip. El público se acostumbró a tener una visión casi oficial, a veces muy hermosa, de un tema que -en realidad- debiera imaginarlo.
Cuando tú escuchas radio a veces ni conoces al cantante, pero a lo mejor la sola letra te permite soñar. O cuando te presentan en el cine “Crónica de una muerte anunciada”, que puede ser genial, pero no es lo mismo que leer el libro.
La música compromete mucho la emoción y sobre todo la imaginación. Y la industria de los medios hoy genera repeticiones y etiquetas de lo que debiera ser la música popular, de construir una avenida por donde tiene que ir la música popular y si no anda por ahí, no corresponde.
Finalmente, Pancho: ¿cómo ves Chile hoy?
– Es un país en el que todavía no nos hemos sentado a conversar. A lo mejor no tenemos tiempo para algo así. Todavía no nos damos cuenta de que todos somos parientes o conocidos. Hay una especie de explotación ciega, que todo tiene que venir de la economía y de una globalización mal entendida.
¿Cómo podría estar en contra de una globalización de todas las culturas, por ejemplo? Pero lo que no me gusta es esta globalización que, en la práctica, es una uniformidad transmitida por los medios de comunicación…
Nos falta algo muy, pero muy importante, como es conversar sobre la pregunta que no nos hacemos: desarrollo para qué. Somos un país muy joven. Para el Golpe de 1973 éramos unos ocho millones de habitantes y hoy somos más de quince millones. Chile es un país que no tiene que vender su alma al diablo.