Clotario Blest, la marca de un sindicalista que nunca olvidó sus orígenes

«No tuvo miedo a los últimos lugares y así ocupó los primeros con humildad reconocida», recordó un sacerdote en los funerales del dirigente sindical chileno Clotario Blest en mayo de 1990. El principal recuerdo que se compartía en esos momentos es que una de las figuras insignes en la lucha por los derechos laborales en el país, asume sus orígenes de pobreza como un permanente motor solidario.

La vida de Clotaro Blest tiene varios ribetes de sacrificio y dolor. Aunque su apellido cuenta con un historial aristocrático en Chile, siempre aclara que su llegada al mundo se da en la “rama pobre” del grupo familiar. Esa conciencia digna se paga cara eso sí. Varios de sus hermanos pequeños mueren víctimas de variadas enfermedades. Conoce así el dolor desde muy temprano en la vida.

Al acceder laboralmente al sector público, se organiza para participar de la creación de la Asociación Nacional de Empleados Fiscales (míticamente conocida como «la Anef») y luego en la creación de la Central Unitaria de Trabajadores (la también mítica CUT).

Esa comprometida lucha por la «redención del pueblo» -como le llamaba al proceso que implicaba educar a los pobres y sumarlos a un trabajo digno- le vale sufrir persecuciones, relegamientos y muchas veces la cárcel, por parte de variados gobiernos.

Ligado a la causa obrera desde una perspectiva social cristiana, ambos mundos logran expresarse muy cerca de él. Junto a su compañera sentimental Teresa Ossandón participa activamente en la Unión de Centros de la Juventud Católica. Ella al poco tiempo decide el camino vocacional religioso e ingresa al convento de las carmelitas.

Blest la apoya y le acompaña en su proceso. Sin embargo, al poco tiempo ella enferma y muere. Ambos se comprometen a permanecer solteros, algo que él mantiene hasta el día de su muerte, en mayo de 1990.

Blest profundiza la causa de los trabajadores como una lucha espiritual, pues considera que allí se concentra la mayor injusticia del país. Sin conciencia de su situación en el mundo, los pobres deben optar por una mejora en sus condiciones de vida.

Y eso implica educación, trabajo, vivienda, conquistas sociales que enriquezcan también su existencia interior. Descree de la riqueza, de los excesos de la comodidad económica, porque las siente como el origen del vacío espiritual e intelectual.

 

Blest se muestra como un luchador social inquebrantable, de sólidos valores, capaz de predicar con el ejemplo y con la valentía de enfrentarse –sin armas, siempre con ideas- ante cualquier poder.

Por eso mismo, desde sus tempranas luchas juveniles hasta la dictadura de Pinochet no hay gobierno que no le interponga recursos judiciales o amedrentamientos. Clotario Best recuerda dos especiales ocurridas en los años 50 y 60.

Una, se relaciona con Carlos Ibáñez del Campo. Siendo presidente lo relega a Molina. Cumplida la pena, la CUT se debe reunir con el mandatario y Blest forma parte de la comitiva. En ese contexto, se da un diálogo más o menos así:

Ibáñez: ¿Cómo le fue en sus vacaciones?

Blest: ¿Cómo que vacaciones? ¡Estuve relegado!

Ibáñez: Ah, yo lo mandé a Molina porque ahí están los mejores vinos, pues…

La otra historia es con Arturo Alessandri, quien fue más duro con el dirigente: lo envió a la zona más peligrosa de la Cárcel Pública. «Llena de cogoteros», recuerda él mismo en sus memorias.

Sin embargo, si los más oscuros personajes del poder esperaban que Clotario Best no saliera vivo de ahí, se quedaron esperando. Los hampones generaron todo un sistema en el que Blest fue considerado una visita gratísima y lo atendieron con gran cordialidad.

Una vez cumplida la pena del sindicalista, el delincuente con más «peso» al interior de la zona le dijo: «Usted nos ha enseñado que todos somos hermanos, por eso lo hemos tratado así».

Sin duda, el tiempo más duro, el más complejo y el más riesgoso para el dirigente es en la dictadura cívico-militar que se impone en Chile desde septiembre de 1973.

A los pocos días del golpe, una patrulla castrense va a su casa y roba -«porque eso fue lo que hicieron», dice Blest en sus memorias- gran cantidad de libros y material impreso, quemando un trabajo de una década que el dirigente iba a publicar con sus reflexiones y experiencias.

Por única vez en la vida se siente humillado desde lo más íntimo, ya que implora para que los militares no prendan fuego a su trabajo, pero no le hacen caso. Esa experiencia lo marca profundamente.

Desde ese momento entiende que la mano viene dura contra el mundo laboral y decide el camino más difícil: luchar por la paz.

Con su propia experiencia como ejemplo, opta por una constante dinámica de servicio al prójimo, especialmente hacia los más necesitados, hacia los que se sienten más expuestos en ese duro momento de la historia.

Aunque está ligado a la creación en Chile del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) el año 1965 – junto a Luis Vitale y Miguel Enríquez- Clotario Blest se relaciona con un liderazgo claramente moral.

Si bien cumple labores como líder político, luchador social y dirigente sindical, Blest desarrolla esencialmente un testimonio tipo Gandhi o Martin Luther King.

Su dinámica de la «no violencia activa» llega a calar hondo en la lucha frente a la dictadura y son varios los partidos políticos -los mismos que en los años 60 optan por sacarlo de las dirigencias sindicales- lo que siguen su predicamento, especialmente desde el comienzo de las protestas sociales el año 1983.

La humildad es la marca que caracteriza su liderazgo. Y el pacifismo su mejor lenguaje. Nunca olvida que cuando es niño y un profesor le pregunta por qué sus zapatos estaban rotos él debe responder: «Porque soy pobre, señor».

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