“Marxismo Cultural”: El origen nazi de la principal teoría conspirativa de la extrema derecha

(*) Víctor Osorio Reyes

Javier Milei calificó de “marxismo cultural” a la Agenda 2030 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Fue en el reciente segundo debate de la contienda presidencial de Argentina. No era la primera vez que el candidato de la ultraderecha trasandina ocupaba este concepto, pese a su opacidad y ambivalencia. Ha señalado que el calentamiento global es “un invento del marxismo cultural” y que se propone poner fin al Ministerio de las Mujeres, Género y Diversidad pues en su Gobierno no se admitiría ningún tipo de “marxismo cultural”. En esta categoría incluye, según sus declaraciones, su rechazo a la despenalización del aborto y la educación sexual integral.

El uso del concepto es la huella digital de su filiación profunda a la ultraderecha mundial. En efecto, uno de los mitos más populares y distintivos de la extrema derecha contemporánea es la existencia de un supuesto “marxismo cultural”, como principal amenaza subversiva en contra de los valores tradicionales. Según señala el catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid, José Luis Nevado Encinas, “el auge de la extrema derecha en Occidente o alt–right (…) se explica, en parte, por la consolidación hegemónica del relato conspiranoico” del llamado “marxismo cultural”.

La teoría del “marxismo cultural” se ha expandido a lo largo del mundo. En Nuestra América, los propagandistas más populares de esta mitológica teoría de la conspiración son la pareja argentina de Nicolas Márquez y Agustín Laje, quienes escribieron el burdo panfleto “El Libro Negro de la Nueva Izquierda”, que hoy puede ser encontrado sin mayor problema y a precio vil en cualquier cuneta de la capital chilena.

La popularidad de esta teoría en las nuevas fuerzas de la extrema derecha, desde el partido Vox en España hasta el “bolsonarismo” en Brasil, ha provocado que se pase por alto uno de sus rasgos más significativos: sus vínculos profundos con el nazismo y el neonazismo.

Un documento de más de 3000 personas de la comunidad judía argentina fustigó hace unas semanas a Milei, criticando el “uso que hace (…) del judaísmo para fundamentar discursos de odio”, rechazando sus “declaraciones de contenido discriminatorio, misógino, contrario a la diversidad sexual, a la pluralidad política, y a la convivencia democrática”.

“Queremos expresar de forma clara: la ética judía que aprendimos y que aspiramos a poner en práctica en nuestras vidas está íntimamente vinculada con la noción de la igualdad y de justicia social, la misma que Milei tilda de aberrante. Por consiguiente, nuestro judaísmo se encuentra en las antípodas de Javier Milei y su proyecto político”, indicaron.

Asimismo, advirtieron que “las referencias de Milei a la ‘superioridad estética’ de la derecha y su lucha anunciada contra el ‘marxismo cultural’ (un concepto de indudables orígenes antisemitas) deben funcionar como un llamado de alerta para todos y todas, judíos/as o no, quienes estemos comprometidos con la convivencia pacífica y el diálogo”.

Teoría de la conspiración

Según los propagandistas del delirio, sería una concepción subversiva que superó el enfoque economicista del marxismo clásico, para plantearse como nueva modalidad revolucionaria la destrucción de la moral y la cultura occidental: es decir, pasar del conflicto situado en el modo de producción material a una “guerra cultural” planificada y ejecutada por las “elites globalistas”, en una especie de conjura homolésbica–ecologista–feminista–indigenista, que promovería la educación sexual de la infancia, la inmigración y el multiculturalismo, la “agenda globalista” del desarrollo sostenible y la “ideología de género”, para destruir los principios tradicionales de patria y familia. Su origen habrían sido las proposiciones teóricas y académicas de un colectivo intelectual marxista, conocido como la “Escuela de Fráncfort”.

La paranoia ultraderechista entrega una interpretación conspirativa, simple y simplificadora, de los conflictos sociales contemporáneos: todos los “males” de la cultura moderna, desde el feminismo, la acción afirmativa, la liberación sexual, los derechos de los homosexuales, la igualdad racial, el multiculturalismo y el ecologismo son, en última instancia, atribuibles a la obra de los pérfidos intelectuales que integraron el Instituto de Investigaciones Sociales de Alemania y que llegaron a Estados Unidos en 1935, escapando del Tercer Reich.

Aunque pueda ser sorprendente para los creyentes en esta “teoría de la conspiración”, la noción de un “marxismo cultural” es completamente ajena al campo académico. Es cierto que los teóricos fundadores de la Escuela de Fráncfort, como Max Horkheimer o Theodor Adorno, reflexionaron que la cultura es inseparable del contexto social, económico y político y, por lo tanto, debe ser examinada teniendo en consideración el sistema y las relaciones sociales que la producen. Sin embargo, en su obra no se aprecia una especial preocupación por el cambio revolucionario de la sociedad, sino más bien una visión “apocalíptica”, en el sentido de Umberto Eco en su obra “Apocalípticos e Integrados”. Más que una reorientación conspirativa del campo de la subversión comunista (desde la infraestructura económica a la superestructura cultural), lo que se descubre en la Escuela de Fráncfort es un “pesimismo teórico” respecto de un cambio social, por la existencia de una cultura que produce sujetos que reproducen el sistema.

Aún más falso es sostener, como arguyen los conspiranoicos de extrema derecha, que este “marxismo cultural” sería la visión ideológica dominante en los partidos y colectividades de carácter comunista y de izquierda. Más allá de que se trata de una corriente teórica que es estudiada en los claustros académicos y en la intelectualidad progresista, no conocemos a organización política alguna identificada con el progresismo cuya “guía (teórica) para la acción” sea la Escuela de Fráncfort.

También es falso que se hubiera llamado originalmente “Instituto para el Nuevo Marxismo”, como sostienen los extremistas de derecha. De hecho, los intelectuales fundacionales de la Escuela de Fráncfort nunca pensaron que estuvieran elaborando algo así como un supuesto “nuevo marxismo”. En verdad, como puede apreciarse en la obra “Die Frankfurter Schule” de Rolf Wiggershaus, un discípulo de Adorno y que se doctoró bajo la dirección de Jürgen Habermas, su nombre original en 1923 fue Institut für Sozialforschung (es decir, Instituto de Investigación Social). En términos académicos, ha sido conocida como “teoría crítica”, por el ensayo “Teoría Tradicional y Teoría Crítica” (Traditionelle und kritische Theorie), escrito por Horkheimer en 1937.

Los conspiranoicos de extrema derecha vociferan, en un puñado de libros de propaganda con pretensión de seriedad y en las alcantarillas de las redes sociales, que el “marxismo cultural” es el origen verdadero de los movimientos sociales inspirados por el feminismo, el ecologismo, la diversidad sexual (o el “homosexualismo”), el multiculturalismo (incluyendo a los inmigrantes) y el indigenismo (o los grupos étnicos minoritarios).

Por cierto, si alguien escarba en las obras de los autores de la Escuela de Fráncfort no hallará texto alguno en los que se promuevan esos movimientos. Como anota la Doctora en Ciencias Sociales Roxana Kreimer, la “teoría conspirativa del marxismo cultural” retuerce la obra de esos filósofos para “hacerlos decir lo que a uno se le antoja, porque jamás se les leyó y se confía en que tal vez el auditorio tampoco lo hará”. Añade: “Las teorías conspirativas, como el caso del marxismo cultural, ofrecen explicaciones sencillas a problemas complejos, y con frecuencia resultan muy seductoras para quienes no se toman el trabajo de examinar las evidencias en detalle”.

Theodor Adorno

El Gran Hotel Abismo

La clara falsedad de esta teoría de la conspiración de la ultraderecha fluye de una de las más contundentes investigaciones sobre la Escuela de Fráncfort: “Gran Hotel Abismo” (2018) de Stuart Jeffries, escritor, periodista y crítico cultural, que fue subeditor del prestigioso diario británico “The Guardian”. El título de la obra se explica por el hecho básico que desmiente la burda idea de un “marxismo cultural”: su posición de meros espectadores del conflicto social, incapaces de impulsar una revolución.

El filósofo revolucionario húngaro György Lukács les acusaba de hospedarse en lo que llamó el “Gran Hotel Abismo”: un hotel de lujo desde el que contemplaban, con toda clase de comodidades, “entre excelentes comidas y divertimentos artísticos”, cómo el mundo se venía abajo sin ser capaces de reaccionar de una manera que no fuera pura teoría. Así, la contemplación diaria del abismo, añadía Lukács, “entre excelentes comidas y divertimentos artísticos, sólo puede sublimar el disfrute de las sutiles comodidades ofrecidas”.

Lukács sostenía, agrega, que la Escuela de Frankfurt había abandonado la conexión entre teoría y praxis, “que consiste en la concreción de la primera en actos”. De otro modo, “la teoría no llegaba a ser otra cosa que un ejercicio elitista de interpretación”.

Señala Jeffries que desde su origen la Escuela “guardó distancia con los partidos políticos y se mantuvo escéptico ante las luchas políticas”. Dice que “sus miembros principales” –entre los que cita a Theodor Adorno, Max Horkheimer, Herbert Marcuse, Erich Fromm y Jürgen Habermas– “eran virtuosos a la hora de criticar las crueldades del fascismo y el destructor y nocivo impacto del capitalismo en el plano social y espiritual sobre las sociedades occidentales, pero no eran tan buenos a la hora de transformar aquello que criticaban”.

Concluye que “en lugar de verse atrapados en una engañosa euforia revolucionaria (sic), prefirieron retirarse a un espacio intelectual” libre, con “una pérdida de la esperanza en un cambio real”. Agrega que “explorar la historia de la Escuela de Frankfurt y de la teoría crítica es descubrir la creciente impotencia que experimentaron estos pensadores (…) contra unas fuerzas que detestaban pero que se sentían incapaces de cambiar”.

Con sarcasmo, añade que existe una “contraparte a este relato de impotencia programática (…) Una teoría conspirativa que alega que un pequeño grupo de filósofos marxistas alemanes conocido como la Escuela de Frankfurt desarrolló algo llamado marxismo cultural que derrocó los valores tradicionales alentando el multiculturalismo, la homosexualidad, la corrección política y el colectivismo económico. A los principales pensadores del Instituto de Investigación Social les habría sorprendido mucho enterarse de que ellos mismos habían planeado la ruina de la civilización occidental, y más aún del éxito que habían alcanzado en ese empeño. Por otra parte, siendo en su mayoría supervivientes del Holocausto, entendían algo respecto de las desastrosas consecuencias que tienen en el mundo real las teorías conspirativas”.

De hecho, detalla, “la Escuela de Frankfurt se proponía defender casi todas las instituciones” que hoy se acusa al “marxismo cultural” de socavar: “Adorno y Horkheimer defendían la institución de la familia como zona de resistencia contra las fuerzas totalitarias; Habermas buscaba en la Iglesia Católica un aliado para su proyecto de hacer funcionar las modernas sociedades multiculturales; Axel Honneth, actual director de la Escuela, enfatiza la igualdad ante la ley como requisito ineludible del florecimiento humano y la autonomía individual”.

La obra relata un episodio significativo ocurrido durante las revueltas estudiantiles de 1968 que tanto encienden la imaginación de la ultraderecha. La protesta de los jóvenes le pareció a Adorno cargada de instintos autoritarios, y así lo expresó. No fue todo: cuando a principios de 1969 un grupo de estudiantes ocupó el Instituto de Investigación Social, llamó a la policía para su desalojo. Más tarde, mientras daba una conferencia académica, fue reprendido por otros estudiantes. “Si se deja en paz a Adorno, siempre habrá capitalismo”, gritaban. Adorno quedó paralizado. Aturdido, dio a los jóvenes cinco minutos para que decidieran si querían que continuara con la conferencia. Un grupo de mujeres que protestaban lo rodearon en el estrado, se descubrieron los senos y echaron sobre Adorno pétalos de rosas y tulipanes.

Origen moderno del mito

La catedrática Roxana Kreimer señala, en su reciente obra “El Fracaso de la Derecha”, que el origen de la teoría conspirativa del “marxismo cultural” se rastrea hasta el artículo “La Escuela de Fráncfort y la corrección política” publicado en 1992 por Michael Minnicino. En efecto, ese panfleto sostenía que existían dos dimensiones del plan de la Escuela para destruir la cultura occidental. En primer término, la “crítica cultural”, planteada por Adorno y Walter Benjamin, al uso del arte y la cultura para reemplazar el “cristianismo” por el “socialismo”. En segundo lugar, el supuesto plan incluía ataques contra la estructura familiar tradicional por Herbert Marcuse y Erich Fromm para promover los derechos de las mujeres y la liberación sexual, posibilitando subvertir la autoridad patriarcal.

Minnicino elaboró sus ideas sobre el tema a partir de su participación en el movimiento de Lyndon LaRouche, quien había involucionado desde el Partido Demócrata y el trotskismo a una postura ultraderechista, antisemita y proclive a las teorías de la conspiración.

Kreimer señala que el siguiente paso en la elucubración del “marxismo cultural” fue dado por el conservador William S. Lind y sus escritos “Los orígenes de la corrección política” y “Qué es el marxismo cultural”. Puntualiza Kreimer: “Al igual que Minnicino, cifra el comienzo del marxismo cultural en la migración a los Estados Unidos de los académicos de la Escuela de Fráncfort tras el ascenso de los nazis en Alemania”.

Según el “análisis” de Lind, György Lukács y Antonio Gramsci fueron los pioneros en intentar subvertir la cultura occidental por tratarse de un obstáculo para el objetivo (marxista) de la “revolución proletaria”, lo que fue desarrollado luego por la Escuela de Fráncfort. Según dijo, ésta tenía como su objetivo eliminar las inhibiciones sociales utilizando cuatro estrategias principales. Primero, la teoría crítica de Max Horkheimer socavaría la autoridad de la familia tradicional y las instituciones gubernamentales, al tiempo que segregaría a la sociedad en grupos opuestos de víctimas y opresores. En segundo lugar, el concepto de “personalidad autoritaria” elaborado por Adorno, se utilizaría para acusar a los estadounidenses con puntos de vista derechistas de sostener ideas fascistas. En tercer término, el concepto de la “perversidad polimorfa” socavaría la “cultura occidental” al promover el amor libre y la homosexualidad. Lind dijo que Herbert Marcuse consideraba una coalición de “negros, estudiantes, mujeres feministas y homosexuales” como vanguardia factible de la revolución cultural en la década de los 60.

El reconocido organismo de derechos humanos en Estados Unidos, Southern Poverty Law Center, consignó que Lind, director del Centro para el Conservadurismo Cultural de la Free Congress Foundation, un thintk thank estadounidense de ultraderecha, en junio de 2002 pronunció un discurso sobre el marxismo cultural en una conferencia de negacionismo del Holocausto judío, efectuada en Washington y organizada por Willis Carto, un “veterano antisemita”.

El “revisionismo histórico” o negacionismo de la barbarie del nacionalsocialismo alemán, ha estrechamente imbricado con la irrupción de las nuevas formas de la ultraderecha, derecha radical o posfascismos. Alí Hoseiní Jamenei, líder supremo de Irán, ha sido uno de los más importantes impulsores del negacionismo del Holocausto o la “Shoá”.

En su presentación, Lind subrayó que los miembros de la Escuela de Fráncfort eran “todos judíos”. La significativa reiteración de los orígenes judíos de los intelectuales primigenios de la Escuela de Fráncfort es una constante en el relato de los partidarios de esta teoría de la conspiración.

En el citado evento “revisionista”, Lind reiteró que el propósito del “marxismo cultural” era “manipular la cultura para apoyar la homosexualidad, la educación sexual, el igualitarismo y cosas por el estilo, al punto de que las instituciones y la cultura tradicionales finalmente se arruinaran”. Añadió: “Todo su plan es la destrucción de la cultura occidental”.

Atentado en Oslo (Noruega) en 2011.

Neonazis, antisemitas y antijudíos

Kevin MacDonald es uno de los más prolíficos propagandistas neonazis. Es estadounidense, teórico de la conspiración antisemita y supremacista blanco, y ex profesor de Psicología Evolutiva en la Universidad Estatal de California, Long Beach. El Southern Poverty Law Center lo ha descrito como “el académico favorito del movimiento neonazi”. En 2010, MacDonald asumió como uno de los ocho miembros de la Junta Directiva del partido de extrema derecha American Third Position (conocido ahora como Partido de la Libertad Americana).

Su principal obra antijudía ha sido una trilogía de libros, en que sostiene que los judíos han tendido a ser políticamente “liberales” y participar en los movimientos sociales, filosóficos o artísticos política o sexualmente transgresores del orden establecido, porque los judíos han evolucionado biológicamente para socavar las sociedades en que viven. Es decir, dice, los judíos evolucionaron para llegar a ser altamente etnocéntricos y hostiles a los intereses de “los blancos”.

El tercer trabajo se titulaba: “The Culture of Critique: An Evolutionary Analysis of Jewish Involvement in Twentieth-Century Intellectual and Political Movements” («La cultura de la crítica: un análisis evolutivo de la participación judía en los movimientos intelectuales y políticos del siglo XX»). Examina la escuela antropológica estadounidense fundada por Franz Boas, el radicalismo político, el psicoanálisis de Freud y la Escuela de Fráncfort. Sostenía que los judíos dominaron esos movimientos intelectuales y que perseguían una “agenda étnica judía” al establecer y participar en estos movimientos, por lo que son movimientos “judíos” por naturaleza o “controlados por judíos”.

El terrorista fascista Anders Breivik, autor de los atentados en Noruega en 2011, incluyó el término “marxismo cultural” en su delirante escrito “2083: Una Declaración Europea de la Independencia”, que junto con la publicación “Corrección política: una breve historia de una ideología” de la Free Congress Foundation, fue enviado por correo electrónico a unas mil direcciones unos 90 minutos antes de la explosión de una bomba de 2011 en Oslo, de la que Breivik fue autor y dejó una secuela de 77 personas asesinadas. En su manifiesto, el término “marxismo cultural” aparece 107 veces.

Otros extremistas de derecha han adoptado la teoría del “marxismo cultural”. Es el caso del británico Jack Renshaw, quien fue vocero del grupo neonazi National Action, proscrito como organización terrorista a raíz de su conducta luego del homicidio del político laboralista Jo Cox en 2016 y el apoyo a su asesino Thomas Mair. En su paso por la entidad, Renshaw terminó condenado por incitación al odio racial y en 2018 fue condenado por la planificación de la muerte de la parlamentaria laborista Rosie Cooper.

Al calor de esos hechos, se conoció que Renshaw había sido condenado por delitos sexuales contra menores de edad en 2018.  Promovió la teoría conspirativa en un video para el British National Party, grupo de extrema derecha en la que fue organizador de su estamento juvenil. En el audiovisual, que era titulado “BNP Youth Fight Back”, criticaba el “marxismo cultural”, los “homosexuales militantes”, los “sionistas despiadados”, el multiculturalismo y la inmigración. En otro video, “Nationalism not Globalism”, afirma que la Unión Europea forma parte de un “Nuevo Orden Mundial Globalista” y culpa a las “instituciones financieras” y a los “marxistas culturales” por “intentar mestizar las razas del planeta”.

También es el caso de John T. Earnest, el perpetrador del tiroteo en una sinagoga en Estados Unidos el 27 de abril de 2019. El terrorista de ultraderecha, armado con un fusil tipo AR–15, disparó dentro de la sinagoga de Jabad en Poway, una ciudad a unas 20 millas al norte de San Diego, California. El atentado tuvo lugar el último día de la festividad de Pésaj, que cayó en un Shabat. Una mujer murió y otras tres personas resultaron heridas, incluido el rabino.

En un manifiesto titulado “Carta Abierta” y publicado en el portal ∞chan, dijo que creía que los crímenes de los judíos son “infinitos” y menciona que uno de ellos es “su papel en el marxismo cultural y el comunismo”, su auspicio de “propaganda degenerada en forma de entretenimiento”, “su papel en el feminismo que ha esclavizado a las mujeres al pecado”, “por su papel en las votaciones y financiamiento de políticos y organizaciones que utilizan la inmigración masiva para desplazar a la raza europea”, y “por promover la mezcla de razas”. Sentencia: “Por estos crímenes, ellos (los judíos) no merecen más que el infierno”. Y concluía: “Yo los enviaré allí”.

Quema nazi de libros. Mayo de 1933.

El Bolchevismo Cultural

El historiador, politólogo y catedrático de Oxford, Matthew Feldman, en la obra “Fascism: Fascism and Culture” remonta el origen del concepto del “marxismo cultural” a una noción del nacionalsocialismo alemán de la preguerra: el “bolchevismo cultural”, una parte de la teoría de la degeneración que ayudó al ascenso de Hitler al poder.

El bolchevismo cultural (Kulturbolschewismus) fue una categoría ocupada ampliamente por los ideólogos del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) para cuestionar a los movimientos modernistas o las vanguardias del arte moderno, como el arte abstracto o la Escuela de Bauhaus, orientada a los dominios disciplinares del diseño, la arquitectura y las artes aplicadas. A su juicio, eran producto de las influencias del judaísmo y del comunismo en Alemania, y expresión de su propósito de dominio político.

El propio Hitler se refiere al asunto en su primer libro: “Mi Lucha” o “Mein Kampf”. Define el bolchevismo en el arte y la cultura como la “única forma cultural posible de exteriorización del marxismo. Cuando esa cosa extraña aparece, el arte de los estados bolchevizados sólo puede contar con productos enfermos, con locos o degenerados”. Agregó que “las malas intenciones de esos apóstoles del futuro se vuelven evidentes”, cuando se constata que se trata de “una destrucción sistemática de los fundamentos de la cultura que hiciese posible la demolición de los sanos sentimientos artísticos y la consiguiente preparación intelectual para el bolchevismo político”.

Cuando los nazis tomaron el control total del poder en Alemania, procedieron a suprimir por la fuerza los estilos del arte moderno, con prohibiciones, confinación en los campos de concentración y crímenes políticos, mientras promovían el arte con temas nacionalistas y de exaltación de la supuesta superioridad racial de los arios.

El historiador británico Eric Hobsbawm señaló en su “Historia del Siglo XX” que el fascismo “se especializó en la retórica del retorno al pasado tradicional”, propugnando “muchos valores tradicionales”. Así, “denunciaba la emancipación liberal –la mujer debía permanecer en el hogar y dar a luz muchos hijos– y desconfiaba de la insidiosa influencia de la cultura moderna y, en especial, del arte de vanguardia, al que los nacionalsocialistas tildaban de ‘bolchevismo cultural’ y de degenerado”.

El 10 de mayo de 1933, unos pocos meses después de que Hitler ascendió al poder, ocurrió la conocida quema de libros por los nazis. Fueron incinerados en las plazas de universidades miles de ejemplares de autores como Karl Marx, Sigmund Freud, Erich Maria Remarque, Carl von Ossietzky y Kurt Tucholsky. Desde ese momento las obras de estos autores se estimaron representativas del “bolchevismo cultural”.

En el campo de exterminio de Auschwitz, perdieron la vida creadores asociados a la Escuela de Bauhaus como la húngara Otti Berger, la austriaca Friedl Dikcer–Brandeis o la alemana Lotte Mentzel, todas de origen judío. De hecho, fue más de medio centenar de estudiantes y profesores de la Bauhaus que fueron perseguidos, asesinados, encarcelados o enviados a campos de concentración por el III Reich. Se les acusó de ser comunistas o judíos.

Según el reconocido filósofo Slavoj Žižek, el concepto “marxismo cultural” desempeña hoy el mismo papel estructural que la idea de la “trama judía” en el antisemitismo del NSDAP: proyecta (o más bien, transpone) los antagonismos inmanentes de la vida socioeconómica a una causa externa: lo que la derecha ultraconservadora deplora como una desintegración ética de la vida social (expresada en fenómenos como el feminismo o los ataques a las nociones patriarcales de familia) debe necesariamente tener una causa externa, porque para ellos no puede surgir de los antagonismos y tensiones de las propias sociedades.

En rigor, es la confirmación de lo que sostiene el crítico cultural Noel Ceballos, en su reciente obra sobre “el pensamiento conspiranoico”, en que afirma: “El antisemitismo es, por tanto, la raíz esencial de toda conspiranoia moderna; la respuesta a problemas y catástrofes que, en muchos casos, ni siquiera han sucedido. Pero ya existe un enemigo, un ellos, plenamente consolidado para hacerles frente cuando eso ocurra. Fue así en el siglo XX, y así sigue siendo hoy”.

 

(*) El autor es periodista y académico. Ex-ministro de Estado.

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