«Sugar Man», «Inner City Blues», «Climb Up on My Music». Seguramente esos nombres de canciones no suenan a nada. Menos si se escucha el nombre de Sixto Rodríguez. Pero este desconocido cantante mexicano-indio-estadounidense y rostro habitual en la década del 70 en los barrios bajos de Detroit, es parte importante de una de las realizaciones más placenteras y brillantes que ha dejado el cine documental: «Searching for Sugar Man» (2012).
Rodríguez cantaba en pequeños clubes y en perdidos bares, de espaldas al público, sin que se notara siquiera sus ojos y sin que nadie supiera quién diablos era ese hombre, al que sólo ubicaban por su apellido, usado como nombre artístico. Sin embargo, atrajo la atención de los ejecutivos de los estudios Susex, quienes lo contrataron y grabaron su primer álbum en 1970, llamando “Cold fact”.
Para ellos, el trovador del ghetto era una versión distinta de Bob Dylan. Para los críticos, fue uno de los mejores discos del año. Los especialistas decían que el tipo era un genio. Sin embargo, las ventas fueron míseras. Un fracaso total para el artista, situación que se repitió un año después con su segunda oportunidad en la música, “Coming from reality”.
Pese a que sus canciones eran deslumbrantes, con claras referencias a las drogas (“Sugar Man”), al desamor (“Forget it”), manifiestos políticos dylanianos (“The establishment blues”) o a la difícil situación del hombre común y corriente de Detroit (la conmovedora “Cause”), Rodríguez fue completamente ignorado en Estados Unidos.
En la mencionada “Cause”, por ejemplo, desgarrador tema que comienza su letra diciendo «Cause I lost my job two weeks before Christmas” (“Porque me quedé sin trabajo dos semanas antes de Navidad»), el músico se graduó de profeta trágico: dos semanas antes de Navidad fue despedido de la firma discográfica.
De esta manera, la que sería la meteórica carrera de un genio, terminó siendo la caída de un hombre que volvió a sus orígenes dentro de los anónimos rostros de Detroit.
Hasta ahí, sería la historia de otro caso artístico más que sucumbió. Varias son las historias similares, parecidas o iguales. Pero ésta en particular da pie para que el sueco Malik Bendjelloul se sumerja con pasión y entusiasmo en una búsqueda intensa, para revelar que detrás de este malogrado hombre existió un mito gigantesco, que bien vale la pena conocer.
Se muestra cómo llega a Sudáfrica uno de los pocos gringos que adquirió “Cold fact”. El disco lo enamoró a él, le sucedió lo mismo a un amigo y a otro y a otro. De esta manera, el caset pirata pasó de mano en mano hasta convertir a Rodríguez en la voz de los sin voz en un país aplacado por el salvajismo del apartheid.
Los jóvenes tomaron la rebeldía del músico, su libre canto sin tabúes y abrieron los ojos entonando temas como «I wonder», una de las canciones más sexuales de la historia.
La nación vivía en un hervidero, la televisión flotaba en una burbuja, toda la información era controlada por el gobierno y -a lo más- a lo lejos se sabía de la existencia de un guitarrista llamado Jimmy Hendrix y un grupo denominado Abba.
No sabían que a Rodríguez no lo conocía nadie en su país. Pero eso no importó y al ritmo del hijo de una pareja de mexicanos que llegó a Estados Unidos a trabajar en la construcción de automóviles, comenzaron a luchar para derrocar el sistema imperante en lugares como Ciudad del Cabo, Johannesburgo y Pretoria.
Y es de recalcar bastante el hecho de que, pese a ser una figura trascendental en Sudáfrica, por esos lares no sabían nada del cantante. Sólo ubicaban la carátula del disco: un hombre sentado, con clara pinta de hippie, en un fondo blanco. No sabían ni cómo se llamaba.
En el vinilo salía como Sixto Rodríguez, pero en los nombres del compositor de los temas, aparecía Jesús Rodríguez. Sólo se sabía que había muerto. Ahora cómo murió, tampoco tenían el dato.
No se ponían de acuerdo: se pegó un disparo en el escenario; se quemó a lo bonzo en una presentación o murió de sobredosis en la cárcel. Como el inefable Gaete de Mauricio Redolés, murió de diversas formas.
A partir de esto, es que Bendjelloul trata de llegar a fondo en la historia de este anónimo artista. Con pasadas por Detroit y Sudáfrica, revelándonos el mundo de donde apareció el mito de Rodríguez, indagando cómo todos se considera un genio, la opinión de diversas personas que lo conocieron, la demostración de cómo nadie llegó a conocer en verdad que era lo que había en la mente del compositor y todo el enigma sobre su vida.
Así, regalándonos –además- las notables creaciones del cantante, impregnándonos de admiración por su arte, el director y guionista entrega una obra gigante, atesorable y perdurable en el tiempo, con asombrosa capacidad de emoción. Todo lo que vemos, es para agradecerlo.
«Serching for Sugar Man» ganó el Oscar como Mejor Documental el año 2013. Venció en la National Board of Review, en los Critic´s Choice Awards y en el Bafta. En La Meca del cine independiente, Sundance, triunfó por duplicado: el premio al Mejor Documental Internacional y el galardón del público.
En Chile lo estrenó el Festival In Edit, ganando el aplauso cerrado del público y siendo alabado por la gente presente en el Teatro Néscafe de las Artes, que se repletó para conocer al miyológico Rodríguez. Y como en el festival estadounidense, también le otorgó el premio popular.
De esta manera, la historia de un héroe libertario en Sudáfrica, de un desconocido norteamericano, de un genio artístico, de un fracasado músico, de un enigmático hombre llamado Jesús, del sujeto que daba la espalda en todas sus presentaciones, del que no sabía como diablos había muerto y del profeta que anunció su propio despido, se convirtió en la gran historia del 2012.
Obra completa, pieza de valor incalculable para los amantes del cine y la música, y la demostración de que todavía es posible encontrar material nuevo y sorprender al mundo con un documental. La historia de Rodríguez -apellido tan singular en Chile como Pérez y González- vale la pena ser vista.