Documental sonoro «Chile, entre el dolor y la esperanza»: Para entender qué pasó en 1973

Durante muchos años, en plena dictadura militar, el discurso que hace el presidente Salvador Allende en La Moneda el día del golpe constituye algo así como un mito urbano.

Para quienes son niños en ese tiempo, resulta común escuchar sobre estas “últimas palabras” en medio de las conversaciones políticas que se daban en las familias. Ya sea para criticarlo o para alabarlo.

Como fuera, ese último discurso de Allende se transforma en una visión moral, capaz de traspasar las cambiantes y curiosas ondas de la historia. El primer presidente socialista del mundo que llega al poder a través de las benditas urnas se puede haber equivocado en muchas cosas durante su administración, pero está muy preclaro con lo que va a pasar en el país luego del vergonzoso bombardeo a la casa de gobierno.

En plena dictadura, en 1986, el sello Alerce presenta un trabajo periodístico de marca mayor. Un documento sonoro que, además de reflejar con una nitidez escalofriante el clima que se vive durante los años de la Unidad Popular, incorpora in extenso y por primera vez ese último discurso que el presidente derrocado le envía al país a través de las ondas sonoras de la única radio no golpista que sigue transmitiendo.

Por razones obvias, no todos lo escuchan ese 11 de septiembre de 1973, pero quienes sí –tanto admiradores como opositores- no siguen siendo los mismos después de ese día.

Las palabras de Allende, quien -por cierto- comete varios errores políticos en su mandato, tiene al momento del ataque a La Moneda una visión hasta hoy indiscutida de lo que está pasando: la traición que cometen los uniformados y civiles con ese golpe marca con fuego la historia chilena.

En eso no se equivocó para nada. “Sean estas palabras un acicate moral….” es una frase que repiquetea en la conciencia del país hasta ahora.

Si ese discurso aún es oído hoy, es gracias –precisamente- a este trabajo documental sonoro que el sello Alerce produce y presenta en plenos años de dictadura, tiempos de plena persecución, de estados de sitio, de censura previa o censura a secas, de encarcelamientos, de absoluta vigencia del Artículo 8º transitorio. En fin. En años de la dictadura con todo su peso.

Más aún, en pleno período post atentado al dictador Augusto Pinochet y post hallazgo del arsenal que el Frente Patriótico Manuel Rodríguez introduce en el norte del país.

Este documento de Alerce no puede tener un nombre mejor: “Chile, entre el dolor y la esperanza”. Con certeza, refleja los días de desconfianza que vive la sociedad chilena bajo el gobierno de Allende, las aprensiones de la derecha ante las riendas que inexorablemente el proceso le quita, los ímpetus mal entendidos y mal dirigidos de la clase que se iba empoderando, los temores de los sectores medios, la incomprensión de los sectores profesionales, los gustitos pseudo revolucionarios que se dan jóvenes acomodados que luego parten al exilio y no viven la represión, las trincheras irresponsables de los partidos políticos y -por cierto- los excesos imperdonables de los medios de comunicación.

Se rescata con fineza el espanto que se ve venir una vez producido el asalto a La Moneda. Pero dentro de todo, se recoge el ánimo, poderoso en medio de esas horas, de que es posible revertir la situación. De que, en medio del largo y sinuoso túnel se ve una luz. Que la esperanza, basada en el dolor derramado, no está perdida.

No por nada, en todo caso, dos años después de editarse este trabajo se produce en Chile el plebiscito de 1988 y la derrota de Pinochet que abre las posibilidades de las elecciones en 1989.

Viviana Larrea, actual directora del sello Alerce e hija de su fundador Ricardo García, señala a CyT que el gran problema enfrentado por este trabajo en su momento fue, sin duda, la falta de mayores vías de difusión.

“Lo cierto es que hasta la empresa que distribuía todo el material de Alerce a provincias se excusa de hacerlo con este documento. En Santiago los distribuidores también se atemorizan y son pocos los que lo mantienen en vitrina”, comenta.

La idea es precisamente de Ricardo García. El inquieto y perseverante productor, dueño de una atractiva carrera en el ámbito musical y radial en Chile, busca la manera de llegar con un mensaje de conciencia a la gente. Generar un aporte a la lucha democrática, lo que –sin duda- es una poderosa invitación a la acción.

En los 80 resulta difícil escuchar el documento y no formarse una convicción de lo evidentemente necesario que resulta hacer algo para ponerle fin a la dictadura. No es un llamado a la violencia. Por el contrario, “Chile, entre el dolor y la esperanza” es una radiografía cruda de los errores y de los aciertos de la especie humana. Contextualiza muy bien lo que ocurre y -ante ello- el oyente saca sus conclusiones.

La raíz principal de este documento está en la propia trayectoria de Ricardo García, quien en los años 70 lleva adelante un excelente programa radial llamado “El sonido de la historia», con el que conserva la memoria a través de las voces de sus protagonistas, del pueblo chileno y sus organizaciones, los políticos involucrados, los medios de comunicación y las instituciones.

«Chile, entre el dolor y la esperanza» toma ese mismo formato, además que –como explica Viviana Larrea- “el registro documental es parte permanente del trabajo de Alerce”.

Cabe subrayar también con señas muy marcadas el trabajo de edición hecho por las periodistas Patricia Verdugo y Mónica González. Las profesionales, destacadas por su experiencia en la investigación, escudriñan en variadas fuentes sonoras y entregan un documento potente, que aún hasta hoy propone una mirada fresca e inquietante de esos años.

Una base importante lo constituye ese tremendo documental de Patricio Guzmán “La batalla de Chile”. Estrenado a mediados de los 70 en el mundo, una buena manera de presentarlo en el país (en el que, por cierto, no se estrena ni se conoce) es insertando algunas partes en el documento sonoro de Ricardo García, quien -con su propio relato- va hilando extractos de entrevistas, programas de radio y televisión, comentarios de expertos y de gente común, canciones, el reflejo de esos tres años de la Unidad Popular y del día del golpe.

A través del registro de las comunicaciones hechas por sistema radioaficionado entre Pinochet y las diversas unidades militares que toman Santiago el martes 11 de septiembre de 1973, la relación de hechos que se construye es certera e impactante: la miseria humana se refleja en toda su dimensión y es difícil que el general Pinochet pueda finalmente descansar en paz después de escuchar cómo con su voz gangosa, descuidada y aguda, con esa dicción permanentemente inentendible, se palpa la ambición de un personaje mediocre, destinado al más evidente anonimato, pero que gracias a lo que los filósofos simples llaman “las vueltas de la vida “, termina marcando con sus actos a generaciones completas.

Hay momentos del documento imposibles de soslayar. El magistral comienzo, en el que en un discurso que hace Allende en las Naciones Unidas durante el mes de diciembre de 1972 entrega, con cierta candidez política, pero con una emotiva convicción patriótica, la visión de Chile como un país muy pequeño en el concierto internacional, pero capaz de exhibir más de cien años de funcionamiento institucional, con separación de poderes, con vigencia y respeto constitucional y en donde “las Fuerzas Armadas tienen un hondo compromiso democrático”.

Es un comienzo escalofriante, porque Allende -con su voz solemne y bien pronunciada, con esa postura de intelectual recién dejando de leer un libro- dice con firmeza “Vengo de Chile”. Su tranquilidad resulta pasmosa a la luz de los hechos posteriores.

Al momento de presentarse este documento sonoro, Allende ha sido por más de diez años citado como un «cuco» desde todos los medios oficiales, no hay registros de su voz, su imagen es sinónimo de provocación y sólo se nombra para condenarlo.

Pero en «Chile, entre el dolor y la esperanza» se demuestra como un tipo absolutamente distinto a ese imaginario construido desde la censura y la odiosidad. Con una voz de profesor habla maravillas de Chile.

Para quienes son adolescentes en los 80, Allende definitivamente deja de ser sinónimo del “comunista comeguaguas” que se había construido desde el corazón de la dictadura. Y la comparación con la postura pequeña y altanera, vociferante y exenta de buen gusto del dictador, choca evidente y de manera demasiado cruda.

Otras voces certeras difíciles de soslayar son las del ex comandante en Jefe del Ejército, Carlos Prats, quien -con una certeza envidiable- dice que se está produciendo un fenómeno en Latinoamérica en el que algunos sectores políticos utilizan a las Fuerzas Armadas para que sean los uniformados los que hagan el trabajo sucio de ordenar los países y luego los civiles hacerse cargo de ellos.

Dicho y hecho. Es exactamente lo que pasa en Chile el 11 de septimbre de 1973. Hoy, con el ánimo de establecer los acontecimientos en su mérito, habría que decir que los únicos perseguidos tras los cobardes y miserables atropellos a los Derechos Humanos en dictadura son los uniformados que cometen las más sorprendentes tropelías y bajezas, pero que no ha ocurrido lo mismo con los civiles que las instigaron y, peor aún, se hacen los desentendidos. Ellos hoy disfrutan de este pequeño país democrático y de todas sus riquezas posibles.

Otro elemento importantísimo que entrega este documento, y que fue muy vital para los años en que sale al mercado, es la certeza de la intervención de Estados Unidos en los hechos que determinaron el golpe. Eso era una idea absolutamente rechazada en los círculos oficiales de la dictadura y de la derecha. Sin embargo, casi cuatro décadas después, son los propios archivos desclasificados de la CIA los que confirman el dato y dejan en claro los oscuros trapos sucios existentes en la política chilena.

A pesar de todos estos méritos, “Chile, entre el dolor y la esperanza” sigue siendo un trabajo poco conocido. Es, sin duda, una situación injusta para la calidad de su aporte, por un lado, pero que –en algún sentido- habla también de la falta de compromiso que existe frente al registro de la memoria.

Este esfuerzo patrimonial e histórico debiera formar parte de archivos y bibliotecas públicas, debiera usarse en debates de Educación Cívica en los colegios, debiera tener un uso más efectivo para la enseñanza de los valores democráticos y de la generación de ciudadanos con mayor amplitud frente a los mensajes de los medios.

Verónica Larrea lo confirma. “Por razones obvias no tiene la difusión que se merecía en su momento y, posteriormente, con la llegada de la democracia y con la aparición de formato DVD, tampoco ha recibido la atención necesaria. El público que lo ha llegado a conocer lo valora profundamente, lo mismo que la prensa especializada, que alguna vez lo ha comentado. Es un documento emotivo, serio y que demuestra la audacia y valentía que caracteriza a Alerce en las décadas 70 y 80”.

Casi cincuenta años después del terrible 11 de septiembre de 1973, es hora de que la verdad no se siga perdiendo y se asuma de la forma en que tan bien lo resume el cantautor argentino Léon Gieco, en una de sus célebres canciones: «La memoria despierta para herir a los pueblos dormidos que no la dejan vivir».

(*) Es posible descargar este documento, a través del sistema PortalDisc 

(**) Tomado desde el canal Youtube de Alerce La Otra Música / Sin fines comerciales

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