Obra de teatro “Invitado de honor” reconstruye con mirada crítica los años de dictadura en Chile

Envolvente y bien construida, la atmósfera de la obra teatral “Invitado de honor” cautiva desde los primeros instantes. Actuaciones sólidas y convincentes, diálogos intensos y correctamente construidos, permiten un avance eficiente de la narración.

Sin embargo, en algún instante de la historia la figura del personaje que es el festejado de la reunión -y que nunca alcanza a llegar- pierde fuerza como hilo principal y se transforma en un factor distractivo de la trama en sí misma.

A ello se suma el surgimiento de ciertos conflictos internos que no son bien contextualizados, por lo que suenan extremos, en algunos casos, o lisa y llanamente inexplicables, en otros.

Un grupo de periodistas que forman parte de una revista de oposición a la dictadura pinochetista se reúnen en la casa de uno de ellos para darle una entusiasta bienvenida al país a su colega José Pepe Carrasco, regresando de un largo autoexilio.

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Pero Pepe Carrasco no llega a la cita. En el intertanto, los cuatro personajes que se encuentran en el festejo ya están bastante pasados de rosca con el trago y han comenzado a relacionarse con más desparpajo que respeto entre ellos.

Los temas de conversación no son la realidad política, sino que secretos amorosos, aspiraciones profesionales, penas personales. A ellos se suman dos personajes más: un colega de la revista que llega con un estudiante de periodismo, quien lo único que quiere es conocer al mítico Carrasco.

Es este colega del grupo el que –sobrio- trae la política de vuelta a la reunión. Hasta antes de él, de no conocer la trama de la obra, cualquier espectador puede creer perfectamente que lo ocurrido en la trama está pasando en nuestros años. O en cualquier etapa de la vida del país. Nunca en dictadura.

Pero este personaje que trae la política a la conversa, lleva también la obra a un momento confuso: la figura del joven invitado irrumpe con los ojos vendados a la reunión. Aunque se explica que él quiere conocer al mítico periodista Carrasco, el enunciado no logra ser convincente.

El tiempo transcurrido a partir de ese momento subraya también un conflicto, del que no se explican más detalles, entre el periodista que se mantiene sobrio y el director de la revista.

“Invitado de honor” logra momentos notables, gracias a actuaciones bastante superlativas. Es atractiva en la mezcla de lenguajes, en el uso de recursos teatrales para construir una atmósfera y por su distintiva dramaturgia, a pesar de estar hablando de tiempos lejanos y perdidos en el tiempo como los años 80 en plena dictadura.

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Cómo se dilucida la obra también es sorprendente, ya que el punto no se logra de una manera convencional. Sin embargo, muchas de las preguntas que surgen desde la mitad de la puesta en escena no se solucionan y forman parte de una nebulosa que empieza a revelarse.

Un hito que hace inútil la reunión es que el propio Carrasco llama para dar cuenta de un hecho que explica su ausencia: hay un atentado contra Pinochet, se vienen momentos duros, “hay que cambiar la portada”.

Ya sin tragos en el cuerpo, con la curadera pasada, la realidad impone sus términos. Y la perspectiva empieza a ser otra.

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