Harry y Meghan: Versión endulzada de la teleserie latinoamericana

(Desde Londres). Se casó Harry y aún no puedo escapar de los tabloides que venden en las tiendas de abarrotes ni de las ofertas a propósito del evento socialité. En Facebook me bombardean con noticias sobre los detalles de la ceremonia. No le he hecho click a nada asociado sobre quién la vistió ni a quién invitaron, ni quién cantó o no cantó.

Me he abstraído de ver cualquier vídeo sobre el evento por lo prefabricado del tema “plebeya casándose con príncipe de cuento”. La gente habla como si Meghan Markle fuera alguien a quien el príncipe conoció prácticamente en la calle, como Cenicienta y su príncipe Encantador (Prince Charming).

Lo único que he leído sobre ésto es que la boda costó 32 millones de libras al país (27 mil millones de pesos chilenos) y que en un partido de fútbol, los fans del Celtic Football Club cantaron a viva voz: “You can shove your Royal Wedding up your arse” (“se pueden meter la boda real por la r…” en buen chileno). También se incomodó a la gente en situación de calle en Windsor para que entregaran sus pertenencias y no “ensuciaran” con su presencia el evento.

 

Y ya no hay retorno de este infierno informativo porque ahora se espera que Meghan, la ahora Duquesa de Sussex, se embarace prácticamente de inmediato. Como buena alumna, Markle fue entusiasta en expresar su deseo de ser madre y consolidar este vínculo.

Soy afortunada al no tener televisión y puedo filtrar. Tan pronto como detecto un thumbnail de Meghan, quien es ahora la verdadera protagonista de la historia, lo salto o lo elimino de mis sugerencias en Youtube como a la peste.

Pero la resistencia es fútil porque la familia real británica, me guste o no, es un producto turístico profitable, ya que en 2016 trajeron una ganancia de 550 millones de libras (de acuerdo a un informe de la Consultora británica Brand Finance), que equivale a casi 460 mil millones de pesos chilenos. Tanto aquí en el Reino Unido como alrededor del mundo existen muchos “Royalists” (Realistas), que son como cualquier fan de otras celebridades.

Frente a esas cifras, la monarquía británica tiene ganado el partido. Muy a pesar de las metidas de pata de Harry, quien no hace muchos años declaró que disparó desde su helicóptero Apache a lo que él creía era: “Gente vestida como Talibán, usando esas batas y bufandas, que hablaban lenguaje tipo Al-Qaeda”.

Agregando: “¿Quién más podría haber sido? Es Afganistán. Están en todos lados, en sus sucias casas talibanes. Esos niños talibanes son difíciles de disparar, son rápidos.”

Sí, dijo “niños”. Y es ahí cuando este Príncipe se transformó para mí en un sapo…y más que en un sapo, para no insultar a los batracios, en un Troll de caverna como los de Tolkien.

Pero para la mayoría, por lo que veo, Harry ha logrado revertir su imagen en 180 grados y ahora es percibido como un hombre sensible, romántico y auténtico. Todo quedó en el olvido.

De hecho, ahora aparecen en Facebook vídeos “virales” de Harry en situaciones cotidianas con niños comportándose como la figura paterna ideal. También ha ganado puntos por casarse con una mujer mulata y americana. Aparentemente eso significa que Harry es uno de los nuestros porque se codea con “gente de verdad”.

Hay que recordar que Meghan Markle era una actriz de televisión, además de bloggera de moda y estilo que vivía en Hollywood y tenía amistades en común con Harry. Eso no es algo muy común ni menos corriente. Esta es la versión endulzada por Stevia de la teleserie latinoamericana sobre la chica pobre que se casa con el joven rico.

De verdad, no me imagino a Harry casándose con la misma Meghan Markle siendo la recepcionista de un hotel o una mucama del Bronx como Jennifer López en Maid in Manhattan. Esas historias hay que dejárselas a Thalía y todas sus Marías.

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