Desde la Amazonia a Estados Unidos: Los sorprendentes caminos de la vida del doctor peruano Carlos Sánchez

Por María Luz Crevoisier (Desde Lima, Perú)

¿Sabremos siendo niños lo que más tarde será nuestra vida, qué tipo de experiencias transitaremos y con quienes nos encontraremos? Algo imposible de definir, en realidad. O quizás sí, en el caso de poseer una facultad especial que intuya lo que será en el futuro la existencia propia.

Algo así le ocurrió a un médico peruano, especialista en pediatría, que supo entender sus intuiciones siendo infante y darles forma con el transcurrir del tiempo. Este visionario de su propio futuro es el facultativo cusqueño Carlos Sánchez, nacido en un distrito acunado entre cerros y bautizado con el nombre de Andahuailillas, uno de los distritos de la provincia de Quispicanchis, tierra de los wary y de los quechuas.

El nombre de la zona traducido del quechua significa “Lugar brillante”. Se trata de un distrito fundado por el mandatario peruano Ramón Castilla en 1857 y posee una iglesia denominada como la “Capilla Sixtina” en la que se halla el cuadro de la Virgen del Rosario, pintado por el insigne artista andino siglo del siglo XVII Diego Quispe Tito.

El médico Carlos Sánchez lleva una intensa vida de 86 años, mucha de la cual es posible conocerla en un entretenido libro biográfico: «El alma del cóndor, un holausto olvidado», publicado primero en 1966 en inglés, en Chula Vista California, con un hermoso prólogo a cargo de la historiadora María Rostworowski.

Luego suma una especie de saga, pero en clave novelesca, con las publicaciones de “El holocausto de todos los tiempos” y “El rapto de nuestro continente ancestral”, destacando como protagonista la figura sincrética de Cuntur Soul («alma de cóndor»), suerte de alter ego del propio galeno Sánchez.

Ambas obras forman parte de un concurso de comprensión de lectura a cargo de la Municipal Distrital del Cusco, actividad en la que forman parte 300 inscritos -casi todos estudiantes- cuyos resultados finales se conocen el jueves 4 de noviembre. Las jornadas son un homenaje al caudillo de Los Andes, José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru II, pues en esta fecha pero de 1780 da inició a la gran rebelión contra la opresión hispana.

Yendo por la selva

Las poco más de 400 páginas de “El rapto de nuestro continente ancestral” acercan al pasado en un racconto semejante a los viajes fantásticos de la película “Volver al futuro” con Marty McFly y el doctor Brown, pero haciendo una narración de aventuras increíbles, tal como un Indiana Jones en el sur de América.

Las experiencias en la Amazonía peruana se inician cuando a su padre, un oficial del Ejército, lo trasfieren al otro lado del mundo, según su decir, por su carácter de franca rebeldía. Una especie de castigo que voluntariamente también lo sufre su esposa e hijo.

Del bellísimo paisaje de Andahuaylillas guarda la memoria de la casa de adobes en donde vive el abuelo, tejedor de ponchos con la técnica imperecedera de los antiguos, la que ha sabido guardar y recrear entre sus dedos maestros, potenciando los colores del infinito andino.

El doctor Sánchez se llama a sí mismo Cóndor porque desde las alturas puede observar mejor lo que acontece en la tierra y por ser un hijo nacido al borde de las montañas, en donde es rey y señor. El ave típica de Los Andes inspira también al destacado musicólogo peruano Daniel Alomía Robles para crear ese himno inmortal denominado “El cóndor pasa”. En Chile una de las versiones más intensas la registra el reconocido grupo Congreso, en su primer disco del año 1971.

En esas tierras llena de insectos, terribles ríos como el propio Amazonas y lugares inhóspitos de Puerto Maldonado y Madre de Dios, el galeno Sánchez va creciendo de a poco. Entre sus experiencias se halla la terrible de enfrentar el peligroso desfiladero Pongo de Manseriche con una balsa toscamente manejada por hombres experimentados, en el  río Huallaga, en donde se dice vive la madre del Ayahuasca, una bebida ancestral y alucinógena, pero hay que remontar en silencio para no despertarla..

Toda una vida de aquí para allá, muchas veces sin poder estudiar por carencia de escuelas, destacando -por ejemplo- la llegada a Ancash y conocer Huascarán, la  imponente montaña culminante de Los Andes peruanos, con una altitud cercana a los 7.000 metros sobre el nivel del mar;  la ciudad de Puno en la provincia de Yunguyo, casi al borde del lago más alto del mundo, el Titicaca; la inhóspita Lima, en busca del padre que los deja en Iquitos casi sin recursos; hasta posteriormente llegar a Arequipa y llevar estudios en la escuela militar Francisco Bolognesi, nueva estancia en Lima y -finalmente- llegar a los Estados Unidos, país que supo ver en una visión, siendo aún niño, contagiado por las aventuras de Roy Rogers y más tarde por las lecturas del inefable mensuario Selecciones del Readers Digest y la siempre sorprendente revista National Geographic.

En Stockton, California, estudia con mucho sacrificio la carrera médica, en plenos años 60, haciendo el servicio militar en la Marina de Guerra del país del norte, como teniente de la Marina, pero sólo temporalmente y por motivo de la polémica guerra de Vietnám.

Realiza la residencia médica de pediatría en el hospital de la Universidad de California y establece un consultorio privado en la comunidad pobre de San Diego. Desde entonces apunta por una obra filantrópica en las zonas más abandonadas de Brasil y la Amazonía peruana, llegando a territorios que sufrieron la embestida de inclemencias de la naturaleza y terremotos como los de México y Ancash.

Ese racismo discriminador

Mientras Carlos Sánchez se forma como médico ejerce los más diversos oficios desde lavaplatos hasta recolector de fruta, mientras su esposa Anja Hovland -de origen holandés- trabaja como traductora en la Universidad de California. En todos esos espacios el médico es permanente testigo de actitudes discriminatorias y abusos contra los que no eran blancos.

Primero en las escuelas a las que pudo acceder en la selva cusqueña, viendo el maltrato a los pequeños alumnos pertenecientes a etnias selváticas, como conibas, shipibos, aguarunas y huambisas, después a los reclutas a quienes se les enseña el castellano a golpes.

Más tarde, siente en carne propia la discriminación en Estados Unidos. Sin embargo, se impone el deseo de trabajar a favor de los más pobres y necesitados, quizá en recuerdo a los olvidados de los pueblos del oriente peruano, carentes de todos apoyos médicos y sometidos a una medicina tradicional que debía hacer milagros para salvarles la vida.

Ese anhelo lo lleva a retornar al Perú y surcar los ríos en el hospital fluvial de Belén, una región de la selva peruana, en donde experimenta con dolor la destrucción de extensas áreas de árboles y la gran contaminación de riachuelos, mientras la pobreza se profundiza. Llega nuevamente a Ancash cuando la zona es devastada por un terremoto que deja más de 50.000 muertos y varios pueblos desaparecidos, constatando in situ la gran cantidad de niños que quedan sin hogar.

Su constante preocupación por la suerte de los más pequeños lo lleva al Hospital del Niño, lugar en que la carencia de aparatos especiales le motiva a donar en julio de 2021 un equipo médico valorado en unos US$30.000. Se trata de un Deodo Fotocoagulador, para que los neonatos que padezcan retinopatía no queden ciegos.

Esta es, en una breve síntesis, la historia del niño que un día quiso llegar a los Estados Unidos, en donde reside en la actualidad y hacerse médico para ayudar a los necesitados, como en otra época hizo lo mismo, pero en su tierra mexicana el médico cantante Alfonso Ortiz Tirado que fundó una clínica para los pobres de su tierra, solventada a través de lo que recaudaba con la voz incomparable de sus interpretaciones.

 

** Revisar aquí libro «El Alma del Cóndor. Un holocausto olvidado», de Carlos Sánchez Sánchez (2000).

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